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Blog de Opinión

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Una experiencia que muestra un camino

Los trabajadores de la administración publica tienen dos tipos de organizaciones, a nivel de cada servicio existen las ASOCIASIONES GREMIALES, por ejemplo, CONADI, IMPUESTOS INTERNOS, SENAME, SENAMA, ETC, pero también tiene una organización que agrupa a casi todas las ASOCIASIONES existente y ellas es la ANEF.

Existe un fenómeno, que responde a una estrategia de parte de los sectores dominantes, de SEPARAR A LAS DIRECTIVAS DE LOS TRABAJADORES Y POR OTRO LADO ATOMIZAR A LOS TRABAJADORES PUBLICOS ENTRE LAS ASOCIANES Y SU ORGANIZACION MADRE LA ANEF, eso produce una debilitación de la luchas por sus reivindicaciones particulares, por ejemplo mantener una parte importante de los funcionarios como trabajadores a HONORARIOS y a CONTRATA, y no de planta; no ser consultados de las necesidades de sus servicios para elaborar y mejorar las políticas públicas para cada servicio. Y las reivindicaciones generales, de todos los trabajadores del estado, como IMPLEMENTAR LA CARRERA FUNCIONARIA, participar en la elaboración en mejorar el presupuesto nacional, de acuerdo a estas necesidades.

En SENAMA en su asociación gremial (ANFUSAM) se ha producido un fenómeno interesante, se creó un WhatsApp donde está integrado todos los trabajadores asociados y han incorporados un petitorio por sus problemas, lo que ha llevado a unir a los trabajadores con sus dirigentes, eso a significado que la directiva a sentido que tiene una espalda poderosa tras ella, y los asociados se sentido consultado y participante de su lucha.

Falta que los asociados sientan a la ANEF - que en muchos casos los asociados no conocen- como la organizacion en la cual debemos actuar unidos para luchar y conseguir los logros de sus revindicaciones en las cuales de todos los servicios son coincidentes.

SOLO LA ORGANIZACION, LA UNIDAD Y LA LUCHA permitirán mejorar nuestra calidad de vida y mejorar los servicios que necesitan todos los chilenos.

Un once de septiembre de 2023, muere el Jefe de Carrizal.

Orlando Bahamondes, fue Pedro en la clandestinidad, Sergio en las calles de Cuba, Caballito para todos sus amigos y hermanos quienes lo quieren y quisieron.

Desde hace más de setenta años, un día cualquiera salió caminando desde los parajes más fríos que existen en lo más último de Nuestra América…, donde siempre hay escarcha. Tal vez ese, su inhóspito terruño de Puerto Natales le obligó a forjar una sonrisa eterna, un rictus de hombre bueno, una ternura apacible para todos quienes le rodeaban. Quizás escogió todo ese ser, por no encontrar otra manera de vivir durante toda su niñez y juventud, donde existe poca gente, y por meses permanecen en encierros obligados.

Estos cincuenta años que se agolpan hoy, sorprendieron a Caballito en Temuco, en momentos en que aún era un adolescente. Tierra de mapuches quienes jamás notarían sus ojos verdes y piel rozada. Hoy lo llora con dolor uno de sus más genuinos hermanos, el Indio Paine, como él le solía llamar. Con Painecura y con todos ellos luchó por los sueños…, por las esperanzas que un día había lanzado Salvador Allende, en su peregrinar electoral por las tierras del sur.

Caballito le creyó y se puso una camisa amaranto de la “Jota…” y tal cual un juramento, una promesa a los santos…, nunca más abandonaría esas esperanzas lanzadas por aquel Salvador terrenal venido de la capital.

No duró demasiado después de la hecatombe del 11 de septiembre de 1973. La democracia liberal burguesa saltaba en mil pedazos por quienes hasta hoy juran defenderla. Como muchos ingenuos, jamás sospechó que había otros chilenos capaces de provocar tanto dolor y terror a sus pares…, y por demasiado tiempo.

El asunto de los milicos no era de corto aliento como su Partido decía. Se jugaba “al duro”, había que destruir de raíz esa “democracia” que peligrosamente apuntaba a favorecer a los desposeídos de siempre. Y al estudiante aun Orlando, quien jamás imaginó que cambiaría su nombre, por el sólo hecho de seguir a aquel Salvador…, por el color de su camisa amaranto, y por andar haciendo rayados y reuniones a escondidas…, fue a parar a la cárcel en noviembre de 1973. Y sí, lo torturaron, pero eso es licito para los nuevos salvadores. Y como a una mayoría, por razones que nunca supo, fue saltando de uno a otro campode concentración, hasta llegar a Tres Álamos. De allí, por presiones internacionales, junto a otro grupo de presos, fue expulsado a Panamá en septiembre de 1975.

Pero no se quedó en esa nación. Tenía grandes perspectivas de vida en el país canalero. Habría tenido un futuro apacible. Nadie lo obligó, prefirió, junto a un pequeño grupo de otros orates, irse a Cuba en noviembre de ese mismo año 75, no a sus playas, iría a los cuarteles a preparase en la vida militar…, cuando Chile entero aún permanecía aplastado y sangrando. Y su partido, tal cual cristianos en las catacumbas, aún no readecuaba su centenaria forma de lucha no armada.

No obstante, aparecieron discordantes propuestas desde Cuba, sospechando que la democracia “tutelada”, era al más largo plazo. Y Caballito se vistió de verde olivo y pasaría todas las peripecias de un estudiante y luego oficial de las Fuerzas Armadas de Cuba hasta 1979. No pocas veces anduvo por algún tejado buscando a soldados desertores, o brillando en maniobras militares con su compañía de infantería. El teniente Orlando Bahamondes aguantó estoico esos años donde corría por los campos cubanos simulando combates cuando en Chile desaparecían a sus dirigentes y un oficial comunista con cinco años de preparación aún no tenía ninguna cabida en su tierra natal.

“Y llegó el Comandante y mando a parar”, dice un conocido estribillo del cancionero cubano. Un día 9 de mayo de 1979…, en un abrir y cerrar de ojos Caballito junto a sus pares, forma parte de una brigada internacionalista creada por Fidel. A Nicaragua se fueron a cumplir el sagrado deber internacionalista de un revolucionario. Este axioma, para los salvadores de la patria, es indescifrable, significa arriesgar la vida, sin que por ello paguen un peso. Allí no podía faltar Caballito. Y combatió contra la guardia somocista en el Frente Sur, y triunfó el 19 de julio de ese mismo año, y al siguiente día entró triunfante a Managua.

Poco le duró la paz en la capital, pues luego debió seguir al norte a la frontera con Honduras donde trabajó en la construcción del nuevo Ejército Popular Sandinista, y en los aprontes para la defensa de la revolución triunfante.

Caballito, como otros, no se quedaron a solazarse en el triunfo. Con ahínco se dedicaron a buscar soluciones para irse a Chile. Felizmente su partido ya estaba buscando esos caminos justamente a partir de un nuevo diseño enunciado en 1980. Se caratuló como Política de Rebelión Popular de Masas. Un paso de avance aún en ciernes. Dos años costó que le permitieran a Caballito y a estos oficiales que vieran la posibilidad cierta de ingresar a Chile a luchar contra la dictadura. Se la jugaron por ello. A mediados de 1982, junto a un selecto y pequeño grupo, Caballito se va a La Habana a prepararse en la lucha clandestina. Pero no era asunto de fácil solución. Pudieron irse a Chile recién en mayo de 1983. Llegó luego de diez años de espera y formación. Él junto a Raúl Pellegrin que sería el Jefe de la organización, más otros tres oficiales, fueron los primeros miembros del PCCh, que unido a militantes del propio país que venían realizando las primeras acciones combativas, fundarían el FPMR en diciembre de 1983. Todo bajo la cobija del PCCh.

Seis años permaneció como “Pedro” en la lucha clandestina. Hizo de todo, obligado en tan complejos asuntos que tiene este tipo de lucha…, sin par, al lado de lo vivido en Nicaragua donde perpetuamente tenía un fusil en su mano y sabía dónde estaba el enemigo. El FPMR desde el nacimiento como organización armada, que tenía como principal tarea el apoyo a la lucha popular, Pedro fue jefe de la logística. Mucho más rigor debió desplegar en este tipo de lucha al responder por todos los aseguramientos materiales de la novel organización. Cientos de historias estaría contando de aquellas peripecias de trasiego de armas y medios de combate por las narices de los pacos y la CNI.

A inicios de 1985, por su capacidad de organización y seguridad en sus acciones, por su estilo de trabajo, por el manejo de sus subordinados, por su notable estabilidad personal en el trabajo clandestino, -entre otras aptitudes-, sería designado como Jefe de la Operación de Carrizal, para lo cual se organizaría una estructura independiente subordinada directamente a la Comisión Militar del PCCh dirigida por Guillermo Teillier. La operación logística internacional de traslado y guarda de armamento más grande que existió en la lucha contra todas las dictaduras de sud América. Una odisea político-militar con escenarios de altamar y desiertos, donde Caballito, independiente a la caída del armamento en 1986, demostró todas sus cualidades de hombre decidido, capaz y seguro en la lucha contra la dictadura. Pedro, sin cortapisas asume su responsabilidad en los hechos relacionados con la caída del armamento, según sus declaraciones aparecidas en el libro “Carrizal, las armas del PCCh, un recodo en el camino”. Pedro nunca sería descubierto por la CNI.

Carlos Tato Ayress y Orlando Bahamondes, «Caballito». Foto perfil Facebook de Carlos Tato Ayress

En 1988, cuando la solución negociada a la existencia de la dictadura era un hecho, cuando comenzaba un período de largo plazo bajo la Constitución del 80 y un modelo político económico que en esencia perdura hasta hoy, Caballito sale del país y se radica en Cuba. Uniéndose al poco tiempo con su familia.

Aunque luego cumpliría algunas otras tareas en el exterior para un reducido FPMR autónomo, es en Cuba, donde Orlando, Caballito, Pedro… se unirían como Sergio…, para sus vecinos de Alamar, el barrio por excelencia de los chilenos exiliados en Cuba. Aunque vivió sus últimos años en una paz relativa, nunca lo abandonó un pesar oculto por todo lo sucedido. No obstante, vivió en calma, siempre con la sonrisa en su rostro y añorando el frío del extremo sur de Chile, desde aquí en las tierras donde siempre hay sol.

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Del poema a la prosa. Desde la esperanza y el miedo a la superación de la vergüenza

Me consta, al igual que a todos quienes lo vivimos, que todo aquello que faltaba (combustibles, alimentos, detergentes, ropa, en general todos los bienes de primera necesidad) «inexplicablemente» apareció al día siguiente del golpe militar. Pero, lo que es aún peor, es que todo aquello se llevó a cabo con la complicidad de civiles y militares «patriotas», que no trepidaron, incluso, en asesinar a camaradas de armas. Algún día se sabrán también, muchos de los nombres de chilenos, tachados en los documentos desclasificados por el gobierno estadounidense.

Sentimientos encontrados son los que se anidan y atraviesan muchos corazones de nuestra patria en estos días. Dolor, rencor, pena, amargura, nostalgia, frustración, añoranza, orgullo, temor, incomodidad, vergüenza, amor, odio, indiferencia, hastío, compasión,  arrepentimiento, pérdida, miedo, ausencia.

Yo no había podido superar dos emociones muy profundamente sentidas, desde que se acercaban estas fechas y los recuerdos se hacían más acuciantes. Una profunda añoranza y melancolía de lo vivido hace ya más de cincuenta años, por quienes aún seguimos vivos, pese a todo lo sufrido. Y a la vez, un intenso malestar por la sordera, ceguera y ausencia de empatía hacia las víctimas.

Recordé la esperanza que campeaba a lo largo y ancho de Chile, desde mediados de los años 60. La esperanza de construir un Chile nuevo donde la justicia y la dignidad para todos se enseñoreara en nuestra patria, pero primeramente, para que los desechables, los don nadie, los ignorados y los condenados de la tierra tuvieran el lugar que les correspondía, superando así los siglos de desconsideración, de ninguneo, de atropello y expoliación que se había hecho del campesinado, del bajo pueblo, de los pobres, de la gente común.

Pero recuerdo cómo apareció el miedo, cómo se explotó el miedo, la forma en que se contaminó de temor una sociedad que, a diferencia de otras en América Latina había sido sensata, moderada y mesurada, en su quehacer político. Dónde existía una amistad cívica y una cultura republicana.

El miedo se introdujo, mediante los medios masivos, de una manera sistemática, generando la angustia por un temor imaginario al comunismo, a lo que eran las experiencias en los países que después se llamaron «los socialismos reales». La documentación, revelada después de décadas, respecto a la actuación deliberada del gobierno de Estados Unidos para derrocar al gobierno del presidente Allende, contribuye a explicar cómo se financió ese discurso, como a la vez se buscó intencionadamente y se logró ahogar la economía chilena mediante el paro de los camioneros, el acaparamiento y el subsecuente mercado negro.

Me consta, al igual que a todos quienes lo vivimos, que todo aquello que faltaba (combustibles, alimentos, detergentes, ropa, en general todos los bienes de primera necesidad) «inexplicablemente» apareció al día siguiente del golpe militar. Pero, lo que es aún peor, es que todo aquello se llevó a cabo con la complicidad de civiles y militares «patriotas», que no trepidaron, incluso, en asesinar a camaradas de armas. Algún día se sabrán también, muchos de los nombres de chilenos, tachados en los documentos desclasificados por el gobierno estadounidense.

¿Se puede, entonces, presumir de patriotismo? Cuando de acuerdo a los documentos norteamericanos hubo, incluso militares chilenos que eran pagados por la CIA. Por otra parte, el leer los documentos del «publicista» de la dictadura, Álvaro Puga, hoy ya de conocimiento público, nos ha permitido conocer la trastienda de la miseria humana de quienes se hicieron del poder en Chile, durante casi dos décadas.

Hoy se sabe que Pinochet pretendía seguir gobernando, con un autogolpe, pese a haber sido derrotado en el plebiscito, y sólo la temprana intervención del General Matthei frustró sus intenciones. La dictadura gobernó gracias al miedo. Y la derrotó la esperanza de «la alegría ya viene». Quizás, esa alegría no llegó a todos y eso puede contribuir a explicarnos el malestar que eclosionó en octubre del 2019.

Escribir lo que escribo no es por odio o venganza, como dicen aquellos que niegan lo ocurrido. Es por un acto mínimo de decencia republicana. Como chileno me avergüenza un personaje como Pinochet, conocido mundialmente como ladrón, asesino, mentiroso, traidor y alguien que denigró a las instituciones armadas. Es explicable, incluso casi habitual, en aquellos que presumen de su patriotismo y valentía, quienes servilmente hicieron la vista gorda a las tropelías y atrocidades cometidas, a las sistemáticas violaciones de los derechos humanos, y a las sinvergüenzuras del dictador y sus cercanos, que hoy defiendan a su «santo patrono».

Pensemos en Corea del Norte ¿Alguien en su sano juicio en ese país se atreve a criticar al líder supremo Kim Jong-un? Algo similar nos pasó. Y quienes entonces callaron, seguirán callando hasta morir, por la vergüenza que en su fuero interno sobrellevan. Y eso que pasa en la familia militar, también ocurre con los cómplices civiles.

Jueces que denegaron habeas corpus que pudieron salvar a muchos. Periodistas que divulgaron mentiras oficiales sabiéndolo. Funcionarios que sólo cumplían órdenes. Académicos que miraron al techo. Políticos, ya no tan jóvenes, que hicieron carrera, gracias a la dictadura. Hay muchísima basura y vergüenza acumulada.

Y los seres humanos sabemos inventarnos historias y contarnos cuentos. Pero los hechos están allí y pese a ello, para muchos es preferible, por lo tanto, autoengañarse y continuar creyéndose la mentira. Es menos doloroso, es menos vergonzoso. Y se sigue mintiendo, aunque ello implique revictimizar a las víctimas, aunque ello implique seguir negando las verdades que comienzan a aparecer en cuanto se mueve algo la alfombra. Aunque ello implique que algunos desalmados, pagados quien sabe por quién, sigan felicitándose de la atrocidad de asesinar a otros seres humanos, muchos de ellos absolutamente inermes e indefensos como los campesinos de Paine, Curacaví y tantos otros lugares de nuestro querido Chile.

No es odio, ni venganza lo que nos anima, es sólo, la búsqueda de un mínimo de decencia y la esperanza de que la verdad prevalezca, que superemos la vergüenza y que la dignidad se haga costumbre en nuestra patria.

Fuente: El Desconcierto.

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La salud en Chile a 50 años: Participación democrática y sistema universal.

El fatídico desenlace del proceso abierto por la Unidad Popular evidentemente tuvo impactos profundos no sólo en la política sanitaria que impulsó Allende, sino que se tradujo también en un retroceso para la tradición que históricamente apelaba al fortalecimiento de la salud pública y que tantos beneficios trajo a la población en su conjunto.

Rescatar el contenido de los proyectos colectivos de transformación de la sociedad chilena que se pusieron sobre la mesa durante los mil días de la Unidad Popular, analizar en su contexto histórico sus potencialidades y limitaciones y, finalmente, establecer los puntos de continuidad que permitan actualizar dichos proyectos, son aspectos que constituyen una dimensión esencial del ejercicio de memoria al que estamos convocados/as a 50 años del golpe de Estado. Y en esta columna en particular pretendo abordar algunos aspectos vinculados con aquellos anhelos de construir un sistema de salud más justo para todas y todos, que fueron parte también de las transformaciones buscadas en el gobierno de Allende y que hoy en día siguen plenamente vigentes.

El Servicio Nacional de Salud: Un hito temprano en el fortalecimiento de la salud pública

La creación en el año 1953 del Servicio Nacional de Salud (SNS) constituye uno de los avances históricos más importantes en la salud pública de nuestro país. Gracias a este hito no sólo fue posible integrar en forma coherente a una serie de instituciones sanitarias que funcionaban en forma desarticulada, sino que principalmente, a partir de una lectura objetiva sobre la realidad social chilena, se da impulso a una política sanitaria que buscó abordar con los recursos limitados de un país desigual y subdesarrollado, las principales problemáticas que afectaban la salud de la población. Para ello, se estableció que el SNS debía lograr una cobertura en las acciones curativas y de rehabilitación para el 70% de la población de menores ingresos, junto con la cobertura para todos los habitantes del país en las acciones de fomento de la salud y prevención de las enfermedades.

Sin embargo, no todos estuvieron de acuerdo con un sistema solidario que entendía a la salud como un derecho social, por lo que diversos sectores se opusieron a la universalización del SNS, logrando mediante la ley de Medicina Curativa de 1968 consolidar la creación paralela de otro subsistema enfocado en atender a la población con mejores ingresos, consagrando para ello la existencia del copago e impulsando el desarrollo de una medicina privada con enfoque exclusivamente curativo, utilizando para ese objetivo parte de la infraestructura y de los recursos técnicos y profesionales propios del sector público.

Las transformaciones de la salud bajo el gobierno de Allende

La Unidad Popular asume el gobierno diseñando en salud una política coherente con su programa de transición al socialismo desde una vía institucional. Dicha política buscaba elevar el nivel de salud de la población mediante la mejora en las condiciones de vida de los sectores más empobrecidos, mientras se avanzaba en la universalización del SNS bajo una lógica solidaria que ubicaba el derecho a la salud por encima de la salud como mercancía, en un proceso donde la democratización del sistema sanitario jugaba un rol central.

Medidas emblemáticas como el medio litro de leche y la extensión de los programas de alimentación para todos/as los/as niños/as de Chile, la ampliación de la cobertura médica mediante la construcción de consultorios más cercanos a las comunidades y las campañas sanitarias que incorporaban a la población en la prevención de enfermedades infecto-contagiosas, explican logros como la disminución de la mortalidad general de 8,6 a 8,1 por 1000 habitantes y la reducción de la mortalidad infantil de 79,3 a 65,1 por 1000 nacidos vivos entre los años 1970 a 1973.

Uno de los aspectos más interesantes del período fueron los avances en la democratización del sistema de salud, ya que permite ejemplificar parte de las contradicciones que atravesaron al proceso de cambio de la Unidad Popular en su conjunto. En coherencia con los esfuerzos del gobierno por encauzar la movilización popular de aquellos años, se abrieron espacios de participación al interior de la institucionalidad del Estado, mediante la creación de Consejos Paritarios por Establecimiento y Área que integraban a las autoridades respectivas junto a representantes de las trabajadoras y trabajadores de la salud y las comunidades organizadas.

Pero las limitaciones de ese proceso se hicieron rápidamente evidentes. El peso de la burocracia del Estado junto con la resistencia de parte de sus funcionarios a otorgarle poder a los sectores populares, el carácter consultivo y limitado de las instancias de participación que chocaba con las expectativas de los sectores más dinámicos de la población organizada y la oposición de un sector mayoritario de los médicos (que no sólo temían perder sus posiciones de poder, sino que, principalmente, buscaban resguardar el ejercicio privado y lucrativo de la medicina), fueron algunas de las principales trabas que limitaron con fuerza los intentos de democratización de la institucionalidad sanitaria y obstacularizaron la política de salud en su conjunto, particularmente la universalización del derecho a la salud mediante la extensión de la cobertura del SNS.

En ese marco, podemos establecer un paralelo con la experiencia de los cordones industriales. La voluntad de los/as trabajadores/as de resistir a los paros patronales, incorporando al área de propiedad social y bajo su control directo a un sector más significativo del aparato productivo, llegó al punto de entrar en conflicto con el interés del gobierno por restringir la participación popular a los límites de una institucionalidad que tendía a frenar procesos de cambio más profundos. En el área de la salud, conflictos similares surgieron a una escala menor entre los sectores más avanzados de las comunidades organizadas y el gobierno.

Destacan aquí las experiencias de autogestión popular en salud en la población Nueva la Habana, que llegó a contar con un Frente de Salud con amplia participación de pobladoras y pobladores, organizadas/os con delegadas/os por manzana, que entre otras cosas, lograron poner en funcionamiento bajo su control directo un policlínico que fue capaz de resolver parte de las necesidades de salud del barrio, formando a sus propios vecinos/as en la ejecución de tareas técnicas, mientras empujaban procesos de movilización que presionaron al Servicio de Salud para que transfiriera recursos financieros, técnicos y profesionales acordes a las necesidades que la misma población identificaba. Con ello, la comunidad asumía roles que entraban en conflicto con los estrechos márgenes de participación permitidos por el Estado.

El fatídico desenlace del proceso abierto por la Unidad Popular evidentemente tuvo impactos profundos no sólo en la política sanitaria que impulsó Allende, sino que se tradujo también en un retroceso para la tradición que históricamente apelaba al fortalecimiento de la salud pública y que tantos beneficios trajo a la población en su conjunto. La disminución del gasto público en salud durante la dictadura que deterioró las capacidades del sistema público y la profundización de la lógica mercantil en salud mediante la creación de las ISAPRES o la apertura de múltiples mecanismos que facilitan el traspaso de recursos públicos hacia el sector privado, son una realidad hasta el día de hoy.

Y pese al sostenido aumento de recursos públicos destinados a la salud en las últimas décadas, la desigualdad que existe entre el sistema público que atiende con dificultades a la gran mayoría de la población y un sistema privado que se desarrolla motivado más por el afán de lucro que por razones sanitarias, no se ha visto alterada. En una línea similar, si bien se han implementado reformas que abrieron espacios de participación a la comunidad, sus alcances son extremadamente limitados.

El carácter consultivo estrecho en el que se enmarcan y la insuficiente información que dispone la población para ejercer un mínimo rol fiscalizador ponen freno a la potencialidad de la participación democrática. Pero también debemos tomar en cuenta el proceso de despolitización generalizado de la sociedad chilena, donde organizarse y asumir un rol protagónico desde la colectividad para conquistar los cambios que se anhelan no está dentro de las prioridades de la gente.

Pero no todo es desolador. Más allá de los avatares recientes de la política chilena, en la última década diversos sectores de trabajadores/as de la salud y de la comunidad han protagonizado movilizaciones y levantado plataformas para articular, aunque sea transitoriamente, a sectores diversos de la sociedad que aún confiamos en la posibilidad de avanzar hacia una transformación de la salud en Chile que retome aquellos viejos anhelos por conquistar un sistema de salud solidario, de cobertura universal, profundamente democrático, que acabe con las desigualdades y reconozca que todas y todos nos merecemos acceder a mejores condiciones de vida y a la mejor salud posible.

La vigencia del proyecto popular a 50 años del golpe

Esta revolución no desechaba, sino que profundizaba los avances realizados antes por otros gobiernos progresistas. Fue un proceso creciente de reconocimiento de derechos para las personas. La Unidad Popular no es un episodio aislado, sino que es la culminación de un proceso de luchas sociales, políticas y económicas, orientadas a la generación de una máxima democracia y soberanía popular.

 El Gobierno de la Unidad Popular no fue la construcción de una sola persona, ni de un partido ni una alianza de partidos. Allende siempre lo entendió así. Hace 53 años exactos, el 4 de septiembre de 1970, en su discurso de la victoria, junto con reconocer a los integrantes de la coalición, ponía de relieve con fuerza que ese triunfo se debía al hombre anónimo, a la humilde mujer de nuestra tierra, al pueblo de Chile y que era el pueblo quien comenzaba a ser Gobierno. Allí también resumía los desafíos que el pueblo asumía: “Para derrotar definitivamente la explotación imperialista, para terminar con los monopolios, para hacer una seria y profunda reforma agraria, para controlar el comercio de importación y exportación, para nacionalizar, en fin, el crédito, pilares todos que harán factible el progreso de Chile, creando el capital social que impulsará nuestro desarrollo”. En esas breves palabras, Allende condensó el programa del movimiento popular chileno.

Y dos meses después, el 5 de noviembre, en el discurso con que celebró la toma de posesión, enfatizó el profundo origen histórico de este programa. Así, nombró como presentes a los luchadores que, en distintas épocas, bregaron por la independencia nacional y por el progreso social, contra el egoísmo de las clases dominantes. Con ese sentido mencionó a Lautaro y Caupolicán, a O’Higgins y Manuel Rodríguez, a Balmaceda y Recabarren. Todos ellos, aún en sus agudas diferencias, configuraban ese tortuoso camino que daba origen a una propuesta que nacía desde el pueblo y que pertenecía al pueblo y sus organizaciones.

Tampoco olvidó mencionar a las víctimas de la represión: los trabajadores y trabajadoras muertos en la Población José María Caro, Puerto Montt y El Salvador. En realidad, esas eran solo algunas de las matanzas con que la reacción pretendió detener el avance popular. La matanza de la Escuela Santa María, en 1907, no es más que el ejemplo más conocido de lo que se repetiría muchas veces a lo largo del siglo XX: la represión sangrienta para frenar la manifestación de las demandas del pueblo o para tomar venganza contra quienes osaron levantar sus cabezas. Son numerosas las páginas negras en nuestra historia: el mitin de la carne en 1905, San Gregorio en 1921, La Coruña en 1925, Ranquil en 1934, Plaza Bulnes en 1946, Lonquén en 1973 y todo el período de muerte que se impuso con la dictadura, son eventos que el pueblo trabajador debe llevar siempre en su memoria.

Esta continuidad histórica que Allende destaca, que une las luchas de hombres y mujeres separados por siglos de distancia, se relaciona con el hilo conductor de la opresión política en Chile y en todo el Tercer Mundo: la condición de pueblos explotados que solo viven para la prosperidad ajena, situación celebrada por una clase dominante que encuentra en esta vergonzosa posición la oportunidad para satisfacer su codicia, apoyando ayer el colonialismo y hoy la explotación imperialista.

Una experiencia política y social acumulativa que se potenciaba con los logros del movimiento popular

La solución, entonces, era la unidad nacional del pueblo contra los grandes poderes que sumían al país en el subdesarrollo y a sus habitantes en el abuso y en la miseria. Y esa unidad, que no se contentaba en lo retórico, impulsaba al conjunto de cambios a través de cauces institucionales, de modo tal que el pueblo, pacífico por convicción, evitaba la lucha fratricida sin por ello abandonar la reivindicación de sus derechos. En eso consistía esta nueva vía al socialismo, que preservaba los logros de la sociedad capitalista en materia económica y política, pero los profundizaba desde la redistribución y la justicia social, poniéndolos en manos de las grandes mayorías.

Por lo mismo, esta revolución no desechaba, sino que profundizaba los avances realizados antes por otros gobiernos progresistas. La reforma agraria, por ejemplo, se basó en la aplicación y ampliación de la ley aprobada por el gobierno de Frei. Y la nacionalización del cobre se impulsó sobre lo ya hecho durante ese Gobierno, a través de la llamada chilenización. Es decir, una experiencia política y social acumulativa que se potenciaba con los logros del movimiento popular.

Este conjunto de propósitos se reflejó en las acciones del Gobierno Popular. El Gobierno de la UP asumió la herencia de las leyes sociales de principios del siglo XX, de la creación de la CORFO en el gobierno de Pedro Aguirre Cerda, de la ley de sindicalización campesina durante el gobierno de Eduardo Frei. Del mismo modo, se consiguió el ambiente propicio para aprobar por unanimidad la ley de nacionalización del cobre. Se trataba de normas que concitaban el respaldo de un pueblo que veía acrecentados sus derechos. De este modo, se profundizaba una senda en la que trabajadores y trabajadoras lograban hacer realidad sus demandas a través de la legislación. La voluntad popular transformaba la institucionalidad.

Estas normas reflejan un proceso creciente de reconocimiento de derechos para las personas. De manera lenta, en medio de las precariedades propias de un país que no lograba desprenderse de la explotación por las grandes compañías extranjeras, se buscaba la creación de un Estado de bienestar en que todos y todas pudieran desarrollar sus vidas con respeto a su dignidad. La Unidad Popular se sentía llamada a continuar ese proceso. 

Las primeras cuarenta medidas de su programa dan cuenta de esa voluntad: control riguroso de las rentas y patrimonios de los altos funcionarios públicos; matrícula gratuita, libros, cuadernos y útiles escolares sin costo, para todos los niños de la enseñanza básica; desayuno a todos los alumnos de la enseñanza básica y almuerzo a aquellos cuyos padres no se lo pueden proporcionar; medio litro de leche diaria, como ración a todos los niños de Chile; consultorios materno-infantiles en todas las poblaciones; construcción de viviendas y suministro de agua y luz eléctrica; sitios eriazos del Estado dedicados a la construcción de viviendas populares; liberación del pago de contribuciones a la casa habitación hasta un máximo de 80 metros cuadrados;  profundización de la Reforma Agraria; supresión del pago de todos los medicamentos y exámenes en los hospitales; rebaja drástica de los precios de los medicamentos; becas en la enseñanza básica, media y universitaria; organización y fomento del turismo popular; fin a los impuestos que afectan a los artículos de primera necesidad; sanción drástica de los delitos económicos; consultorios judiciales en todas las poblaciones; creación del Instituto Nacional del Arte y la Cultura y escuelas de formación artística en todas las comunas; entre otras.

Estas medidas respondían a las necesidades más apremiantes de los chilenos y chilenas, especialmente de los sectores populares, en esa época. La dictadura desechó muchas de esas medidas y revirtió las que ya se habían comenzado a aplicar. Hoy, al leerlas, parecen aludir a una realidad que aún acucia al pueblo chileno.

Un proyecto histórico transformador de una realidad injusta y desigual

En consecuencia, la Unidad Popular no es un episodio aislado, sino que es la culminación de un proceso de luchas sociales, políticas y económicas, orientadas a la generación de una máxima democracia y soberanía popular. Así se entiende el curso histórico que siguió el país desde la instauración de la Constitución de 1925 hasta su derogación de facto en 1973, periodo plagado de triunfos y retrocesos, pero que, en resumen, profundizó la democracia en nuestro país y abrió un espacio creciente al protagonismo popular. 

El Gobierno Popular fue la expresión de un proyecto histórico transformador de una realidad injusta y desigual, democrático y socialista, nacido de la propia creatividad del pueblo, fundamentado en las luchas sociales y en el apoyo alcanzado a través de las contiendas electorales. Se trataba de un proceso sin referencia anterior en el mundo, de la construcción del socialismo dentro de los marcos culturales de nuestro país, que concebía la democracia no solo como participación en las votaciones sino como un sistema dirigido por las grandes mayorías en favor de sus intereses y los de Chile en su conjunto, que se mantenía dentro de las reglas institucionales para propiciar un camino de cambio democrático e igualitario de esas propias instituciones. El Partido Comunista se enorgullece de haber contribuido a esta propuesta, aportando una experiencia histórica de amplias luchas por la unidad del pueblo, desde su fundación, pasando por el gobierno del Frente Popular y por la alianza forjada con el Frente de Acción Popular, hitos en la larga senda que se corona con la construcción de la Unidad Popular.

Sin embargo, la admiración con que observamos ese proceso, desde sus inicios en los albores de la patria y después en las luchas obreras en la pampa, en los campos y en las fábricas, no puede conducirnos a evitar su análisis crítico. Es indudable que la oligarquía anti nacional, en alianza con el imperialismo, complotaron desde el primer día para desestabilizar al gobierno. El crimen del General Schneider, vano intento de impedir el nombramiento de Allende por el Congreso, es el testimonio más visible de ello. Lamentablemente, no fue el único. La violencia, el acaparamiento, los paros de camioneros generosamente financiados desde el extranjero, fueron la tónica de ese intento sedicioso. Nixon habló de “hacer chillar” la economía de Chile. El golpe es responsabilidad de quienes confabularon para impulsarlo y de quienes lo perpetraron. Pero también en las filas de los partidarios del gobierno se cometieron errores que impidieron al gobierno poner coto al golpismo.

Allende argumenta un optimismo histórico

En el Pleno de 1977 el Partido Comunista elaboró su opinión sobre este asunto. Lo primero fue resaltar la dignidad de Allende como revolucionario y como estadista, así como la enorme cercanía que alcanzó su política con la que impulsó el Partido Comunista, quien apoyó a Allende con una lealtad irrestricta. Dos fueron los errores que apuntó. En primer lugar, hubo sectores que pretendieron ir más allá de lo comprometido en el programa, por ejemplo, forzando la estatización de ciertas empresas no estratégicas. El programa, creado con una clara dirección, pero también con mesura, se basaba en lo que el país estaba en condiciones de asimilar, tanto desde el punto de vista económico como del político. Avanzar sin transar, famosa consigna de la época, ayudó a cavar una distancia insondable con un centro que, en un inicio, parecía dispuesto al diálogo, en especial considerando las amplias similitudes del programa de su abanderado en las elecciones presidenciales, Radomiro Tomic, con el de la Unidad Popular. En verdad, tardamos en comprender el papel transformador que asumía entonces el socialismo comunitario inspirado en el humanismo cristiano, acorde con la visión de futuro que, desde otra tradición, había construido la izquierda chilena, tanto socialistas como comunistas.

Pero también fue errónea la excesiva confianza que el Gobierno mostró por la fortaleza de nuestras instituciones y la prescindencia política y sujeción a la Constitución de las Fuerzas Armadas. La realidad mostró que, pese a la existencia y creciente germen de corriente democrática y constitucionalistas en las Fuerzas Armadas, verlo como una realidad consolidada era una imagen engañosa y que los grandes poderes económicos y el imperialismo buscarían el modo de utilizar a estas últimas para quebrar el sistema democrático cuando vieran amenazadas sus prebendas.

En su discurso del 11 de septiembre de 1973, conocido como sus últimas palabras, Allende fue capaz de entregar orientaciones que siguen hasta hoy desplegando su sabiduría política. En primer lugar, está su llamado a mantener la lucha y a hacerlo con el sentido político que siempre ha mostrado el pueblo de Chile: “El pueblo debe defenderse, pero no sacrificarse. El pueblo no debe dejarse arrasar ni acribillar, pero tampoco puede humillarse”. Esas palabras iluminaron a cientos de miles de personas que, con distintos métodos y desde distintas organizaciones sociales y políticas, combatieron a la dictadura en los tiempos más oscuros y hoy continúan combatiendo a la oligarquía.

En segundo lugar, su llamado a seguir buscando la independencia nacional y el progreso social. Sus palabras fueron “no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos”. Y también “Trabajadores de mi patria…abrirán (no “se abrirán”, como erróneamente suele transcribirse) las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor”. Con ello, Allende argumenta un optimismo histórico no basado en un deseo irracional, sino en el análisis objetivo de la sociedad y en el poder creador del pueblo trabajador en busca de la justicia social.

Los dos errores que el PC analizó en el Pleno de 1977, ya citados, forman parte de diversos desarrollos en el futuro. El error de querer avanzar sin cimentar antes las bases en que se asienta el proceso de cambios ha llevado a poner de relieve la necesidad de alianzas sociales y políticas amplias, capaces de sustentar los cambios, pero sin que ello signifique aceptar políticas anti populares disfrazadas con frases democráticas. Asimismo, lleva a valorizar las libertades democráticas, recordando siempre que ellas solo pueden ser firmes y duraderas si se asocian a derechos efectivos para el pueblo, porque si no, la democracia es una cáscara vacía sin ningún significado real para las amplias mayorías, que terminan por decepcionarse. Es en ese ambiente, desatado por el neoliberalismo insensible ante el sufrimiento del pueblo, donde hoy florece el neo fascismo en el mundo. 

Por último, es también un llamado a considerar el rol de las Fuerzas Armadas en la sociedad, por cuanto deben desarrollarse en el respeto a la Constitución y a la institucionalidad democrática, desterrando la doctrina de seguridad nacional, que las conducía arrogarse un rol político en la determinación de supuestos enemigos internos, mera excusa para ponerse al servicio de los grupos económicos asociados al imperialismo.

La Unidad Popular no fue un hecho aislado, fue la culminación del ascenso de las luchas sociales

La Unidad Popular no fue un hecho aislado, fue la culminación del ascenso de las luchas sociales, fue la expresión de muchas voluntades, fue la consolidación de un sueño colectivo. Así lo entendió Allende y así lo entendemos nosotros. Hoy, cuando los responsables del Golpe de Estado, los depositarios de esa derecha económica y política golpista intentan convencernos que los problemas que ellos mismo causaron desde la oposición, con ayuda de potencias extrajeras, recurriendo a la asfixia económica de la población como recurso para cimentar el camino a la intervención militar, los justifican y exculpan de la barbarie y los crímenes de lesa humanidad que padecieron cientos de miles de compatriotas, instalando un modelo económico que entregó nuestros recursos naturales y servicios estratégicos a las transnacionales, en un contexto de represión sangrienta, se hace más necesario que nunca relevar el proyecto transformador de la Unidad Popular. Los mismos sueños que movilizaron al pueblo a poner a Allende en la Moneda siguen vigentes hoy más que nunca, la desigualdad, la pérdida de soberanía económica, la exclusión de amplios sectores de la población de los beneficios de la riqueza que las y los trabajadores producen y de la gozan unos pocos, la precarización del trabajo y la protección social en materia de pensiones, salud y vivienda, siguen atormentando a nuestro pueblo. 

En resumen, a 50 años del golpe de Estado, las lecciones que nos ha legado una generación heroica de luchadores sociales, capaces de diseñar un camino novedoso y propio para avanzar hacia el socialismo, con plenas libertades y ampliando cada vez más la democracia política y social, con su contenido de derechos para el pueblo en beneficio de todas y de todos, con sus aciertos y sus errores, nos guían en momentos difíciles, por la ruta de la emancipación definitiva de nuestro pueblo y nuestra patria.

¿La Dictadura fue un invento?. No pasó.

No pasó. No sucedió. Fue un invento. No hubo golpe de estado. La Armada no se sublevó. El Ejército no fue golpista o traidor. Menos Carabineros. No hubo Dina, ni CNI. No hubo presos políticos, ni redadas, ni militares apostados en la esquina. No mataron a Víctor Jara. No lo torturaron. Lo que le pasó fue una mentira más, los enemigos de Chile nunca se detienen. Nadie bombardeó La Moneda. Se derrumbó sola. Los aviones solo hacían piruetas sobre Santiago. Los tanques no rodearon ningún edificio. Nadie disparó ni llenó de balazos los muros del centro. No mataron a Orlando Letelier ni a Carlos Prats. Ninguna bomba explotó en Washington, fue todo una farsa, un montaje, un invento. Nadie quiso acomodar la memoria. No se escribió El Libro Blanco del cambio de gobierno en Chile, ni se inventó el Plan Z, ni le dieron el Premio Nacional de Literatura a Enrique Campos Menéndez. Mariana Callejas redactó otros libros; sus cuentos no querían dar miedo. Nadie dio de leer a José Luis Rosasco en los colegios. Tampoco Palomita Blanca fue lectura obligatoria. Ni el toque de queda mató a la noche. Ni desaparecieron las revistas, los bares, las boïtes, las plazas iluminadas, las rutinas de las ciudades, la música, la fiesta. Manuel Contreras nunca ordenó que mataran a nadie. Nadie tuvo miedo de que lo arrancaran de su cama en la madrugada para llevarlo a una sala de tortura. No hubo Chevrolets Opala ni ningún lugar al que llamaran la Venda Sexy; no existió Villa Grimaldi, y no se torturó a nadie en la Esmeralda, ni cambiaron los cuerpos de lugar, ni metieron a los muertos en hornos o los enterraron en fosas comunes en el desierto, en la playa, en sitios baldíos. Nadie arrojó cadáveres al mar. No mataron niños. No detuvieron a mujeres embarazadas. Nadie llevó a ningún detenido a José Domingo Cañas. No hubo helicópteros ni vuelos de la muerte, ni el mapa del territorio se convirtió en una geografía de lugares donde los chilenos y chilenas eran devorados y quemados, puros agujeros negros, un mapa de casas de la muerte. Nadie quemó a nadie. Nadie degolló a nadie. Nadie violó a nadie. Nadie preparó gas sarín. Nadie usó ratones ni perros ni picanas ni tarros llenos de agua podrida ni camas electrificadas con nadie. Nadie murió en la tortura. Nadie agonizó en los calabozos. Nadie usó corvos. Ningún cuerpo fue quebrado, mutilado, cortado. Esos son cuentos, patrañas, inventos. Nadie proscribió los partidos políticos. Nadie persiguió a los socialistas, los comunistas, el MIR y el MAPU. No hubo exiliados. No hubo relegados. Nadie murió en el extranjero. Nadie se refugió en ninguna legación extranjera. Nadie arrojó el cadáver de Lumi Videla a la embajada de Italia; el chiste de Lukas en El Mercurio fue solo humor gráfico. Nadie decretó obligatoria la segunda estrofa del Himno Nacional. Nadie revisó y censuró los textos escolares y las bibliotecas. No se quemaron libros. Los militares no dijeron que hacían fuego con ellos para calentarse las manos. Nadie inundó los colegios y escuelas con álbumes de laminitas de la Guerra del Pacífico, con ilustraciones de la sangre de la batalla de la Concepción, de las hazañas de nuestros valientes soldados. No hubo civiles que colaboraran. No hubo sapos o delatores. Nadie fue feliz al denunciar al vecino o al colega. Jaime Guzmán nunca fue el rostro predilecto del gobierno. Jarpa no fue ministro. Ningún militar fue rector de una universidad. No hubo centros de alumnos designados. Osvaldo Romo no le hizo nada a nadie. No hubo 1983, ni protestas, ni cesantía, ni hambre. Nadie timbró la L en el pasaporte de nadie. El cometa Halley no pasó nunca cerca de la Tierra, menos de los cielos de Chile. No hubo martes de Merino. No hubo víctimas de ningún tipo. No existe verdad histórica alguna. Los documentos no son tales, los testimonios no significan nada, el Informe Rettig fue una invención; el Informe Valech, otra. Nadie les lanzó huesos a los familiares de los desaparecidos afuera de la Escuela Militar cuando murió Pinochet. Raúl Hasbún nunca predicó en la tele. Los Quincheros no banalizaron la música popular hasta dejarla rancia y vacía. Don Francisco nunca hizo de la pobreza un espectáculo. Chacarillas fue un encuentro entre amigos: no hubo una Walpurgis Nacht pinochetista, ni filas de jóvenes portando antorchas para celebrar el régimen como si fuese una ceremonia sagrada. Nadie tuvo que soportar a Lucía Hiriart como madre de la patria. No hubo cadenas nacionales que interrumpieran la programación de la tele del régimen con la redundancia de la imagen del dictador hablando en un televisor Antú mientras una familia tomaba onces o trataba de escamotear el hambre o simplemente contemplaba el modo en que la violencia se convertía en una forma del tedio, de la normalidad, de días iguales a otros. Nadie tuvo que ver cómo el acento serpentino de Pinochet era celebrado como una épica nacional, ni aguantar su tono que enmascaraba el desprecio, toda esa brutalidad disfrazada. Nadie identificó ese acento con el terror. Alvaro Corbalán nunca le tocó la guitarra. No hubo campos de concentración. Nadie conspiró. Nadie mató. Nadie robó. Nadie escribió la Constitución del 80 ni hubo plebiscito que la aprobara. 

No ocurrió. En Chile ninguna cosa ocurre. La historia cambia por puro deseo o voluntad. El pasado no es un hecho sino una ficción hecha por antojo, una calumnia que se repite hasta que se vuelve cierta, un pensamiento mágico que reescribe la realidad. Ahí, el golpe de 1973 fue una mentira, no existió, es algo que impide que el pobre pueblo chileno se una. Recordar el golpe es una bajeza, una rotería, un acto de violencia y una celebración de lo falso, una demostración del odio antes que de la justicia o la memoria. En el calendario ese día debe ser tachado. Los chilenos no fueron exterminados como ratones. Las víctimas deberían pedirle perdón a los victimarios. Los torturados, a sus torturadores. Los fantasmas de los cuerpos insepultos, a sus asesinos. Toda la historia de Chile no es más que una leyenda urbana. No hubo dictadura. No fue una dictadura. No duró 17 años. Nunca pasó nada. 

50 años un resumen para Alemania del Centro Federal de formación política

Hace 50 años, el 11 de septiembre de 1973, parte del ejército chileno derrocó al gobierno democráticamente elegido de Salvador Allende. Con la elección de Allende en 1970, por primera vez en el mundo un marxista declarado estaba al frente de un país gobernado democráticamente. Después de tres años en el cargo, se produjo un golpe de Estado: la aviación bombardeó el palacio presidencial, Allende se quitó la vida y el comandante en jefe del ejército chileno, Augusto Pinochet, llegó al poder. Siguieron las torturas, los asesinatos políticos y el terror contra los miembros de la oposición. Según cifras oficiales, la tiranía se cobró más de 3.200 muertos y "desaparecidos", así como unos 38.000 presos políticos y víctimas de torturas -se cree que el número de casos no denunciados es mucho mayor-. Muchas familias chilenas siguen sin saber nada del paradero de sus familiares secuestrados.

El aparato de poder de la dictadura incluía también un asentamiento fundado en 1961 por alemanes emigrados en torno al predicador laico Paul Schäfer: la Colonia Dignidad. A unos 350 kilómetros al sur de la capital, Santiago, allí se ejercía sistemáticamente la violencia sexualizada sobre los menores, tanto sobre los miembros de la colonia como sobre los niños chilenos del campo circundante. Tras el golpe, Colonia Dignidad se convirtió en una herramienta de la dictadura y en un lugar donde se torturaba y asesinaba a opositores políticos. El proceso de asimilación de los crímenes de los que las autoridades alemanas son corresponsables es lento.

La dictadura de Pinochet terminó en 1990, pero sigue teniendo repercusiones más allá de las violaciones de los derechos humanos: El sistema económico de los llamados Chicago Boys -un grupo de economistas liberales chilenos que habían estudiado en EE UU- es tan parte de su legado como la Constitución que la dictadura dio al país en 1980. Ambos fueron objeto de las protestas masivas de 2019 que finalmente desembocaron en reformas sociales y en un nuevo proyecto de constitución. Sin embargo, una clara mayoría de los votantes chilenos lo rechazó en septiembre de 2022, una dolorosa derrota para todos aquellos que quieren superar el pasado dictatorial. Ahora está sobre la mesa un nuevo proyecto de Constitución, que se votará en diciembre de 2023.

Traducción realizada con www.DeepL.com

A propósito de los 50 años, una reflexión desde Curacaví.

El olvido está lleno de memoria
Eduardo Benedetti

 

Comienzo mi reflexión con este título: ”a propósito de los 50 años”  y digo “a propósito” porque tengo la sensación y percepción que estos cincuenta años se viven como un evento y no como una memoria.

En los artículos trato de mezclar mi mirada desde la Psicología para generar una opinión sustentada en una mirada analítica formal, la que por ningún motivo es una “verdad” única. Es más, permite ampliar la mirada a un fenómeno que vivimos y en muchas ocasiones no logramos integrar.

La finalidad de este artículo no es para hablar más de lo que se sabe respecto al golpe militar y deshumanización con la cual se implementó el régimen militar repudiado mundialmente.  Es para mostrar como impactó en nosotros y nuestra subjetividad (pensamientos) colectiva.

Hoy en día enfrentamos uno de los desafíos más grandes a nivel mundial en salud Mental, las enfermedades neurodegenerativas tales como el Alzheimer, Parkinson, cuerpos de Lewy, Hamilton y otras atípicas (poco comunes) entre algunas. A quien no le ha tocado vivir directa o indirectamente esta realidad y como afecta tanto a la persona como a su entorno. Quisiera tomarme de una de estas enfermedades más común y con más prevalencia (se repite)  y es el Alzheimer.

El Alzheimer es una enfermedad neurodegenerativa con la particularidad de la pérdida de memoria que puede ser  progresiva o aguda. En general es progresiva disminuyendo la capacidad de la persona para realizar las actividades de la vida diaria (AVD). Si bien afecta a distintitas áreas más me gustaría destacar para los fines del articulo, la memoria.

Cuando vemos una persona con pérdida de memoria por esta enfermedad vemos un sujeto que se está “desintegrando” es decir va perdiendo su identidad; quien es, quien era, quienes son. La memoria nos define, nos permite tener un sentido de pertenencia y las situaciones positivas o negativas que hemos experimentado van constituyendo nuestro ser. La memoria nos permite una identidad.

La identidad es quienes somos y cómo nos ven. Está construida por los recuerdos, por nuestro vivenciar. Es por eso que se nos hace tan difícil poder comprender y aceptar a un familiar o persona que pase por esta enfermedad que nos va “borrando” quienes somos o fuimos. Nos provoca una tremenda tristeza que esa persona que conocimos de una manera se transforme lentamente en un desconocido para nosotros y el mismo.

Nos tomaremos de nuestros internacionalmente connotados científicos chilenos Maturana Y Varela, quienes nos proporcionan una mirada desde la biología al comportamiento del sujeto en su fenomenología.

Si, por ejemplo, pensamos en un sujeto con Alzheimer y lo extrapolamos (comparamos) con una sociedad podemos hacer un paralelo. ¿Qué sería entonces una sociedad sin memoria? Una sociedad sin identidad y como se mencionó la identidad es aquello que nos define.

Lo sucedido para el golpe militar independiente de la mirada “politicista” es una historia traumática que cómo todo trauma en un sujeto es necesario sanar. El negar la memoria es no facilitar la reconstrucción de la identidad.

Debemos ser capaces de comprender qué es parte de nuestra historia traumática y es necesario rescatar esa memoria para facilitar la resignificación de las experiencias traumáticas  y así dar paso a una nueva forma de vernos y que sea una reconstrucción de la identidad.

No olvidemos que las masacres y vejámenes NO están justificadas bajo ningún pretexto, recordemos que la mayoría de las víctimas eran jóvenes, 20, 25, 30 y algún que otro mayor. Podría ser tu hijo o hija, tu sobrina o sobrino, tu nieto.  Las imágenes y los look nos hacen pensar que son personas ya “viejas” y no jóvenes como los que los rodean actualmente.

Cuando ocupé el término deshumanización se trata de mostrar “en qué momento la vida de un ser humano deja de ser importante” más allá de la religión, partido político, equipo de futbol o clase social. Nos tendría que sorprender que a veces nuestro comportamiento como sociedad le da poco valor a lo humano y más a lo material.

Es importante recordar que solo nuestra memoria nos permite saber quiénes somos y cómo queremos ser en tanto personas y sociedad.  Y así generar cambios.

Por lo tanto a propósito de los 50 años la invitación es a hacer memoria por todas las personas que aún no encuentran tranquilidad en sus corazones y conciencia.

Los invito al museo de la memoria y a los distintos Sitios de Memoria a lo largo del país. En Curacaví, por cierto, hay uno.

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Molestia en Melipilla y Talagante por postergación de plan para mejorar el transporte público rural

Inicialmente programada para agosto, esta medida de mejora se retrasará hasta diciembre de 2023, lo cual ha causado descontento entre la comunidad.

En un hecho que ha generado falsas expectativas entre los habitantes de las provincias de Melipilla y Talagante, se informó hace unos días atrás que la implementación del tan esperado «perímetro de exclusión» se ha postergado hasta fines de diciembre de este año.

Esta medida tiene como objetivo primordial mejorar la calidad y frecuencia del transporte público rural en la región.

En total, son cerca de 287 mil habitantes de estas comunas continúan a la espera de mejoras en el transporte público. Para lograr este cometido, las empresas deberán cumplir con parámetros de calidad, frecuencia y tarifa.

Así, este acuerdo busca no solo garantizar un servicio de transporte más eficiente, sino también promover una relación más transparente entre las empresas y el Ministerio de Transporte y Telecomunicaciones (MTT).

En específico, se otorgará a 7 empresas -Bupesa, Tasacoop, Líder, Islaval, Ruta Bus 78, Autobuses Melipilla-Santiago y Transber- el derecho de operar de manera exclusiva en las mencionadas comunas.

Sin embargo, esta exclusividad está sujeta al cumplimiento de parámetros técnicos, como el número de autobuses en circulación, la calidad del servicio brindado, la frecuencia de las rutas, información de las tarifas aplicadas, mejoras en tecnología como GPS y una aplicación para conocer los buses disponibles, y disminución de los tiempos de espera.

Regulación de tarifas

Uno de los aspectos claves en esta nueva medida es la regulación de las tarifas del transporte público. Este acuerdo permitirá que cualquier modificación en los precios de los pasajes no solo sea informada a los usuarios, sino también discutida con el Ministerio de Transportes y Telecomunicaciones.

Este enfoque busca abordar una problemática que ha perdurado durante años y que finalmente encuentra una solución concreta. El MTT se ha comprometido a destinar un subsidio anual de aproximadamente 4600 millones de pesos para respaldar estas mejoras, aunque hasta ahora, la inversión concreta aún no es visible.

De esta manera, el retraso en la implementación del «perímetro de exclusión» en las provincias de Melipilla y Talagante ha generado molestia entre los usuarios del servicio de transporte.

Inicialmente programada para agosto, esta medida de mejora en la calidad y frecuencia del transporte público ahora se retrasará hasta diciembre de 2023, un cambio que ha causado descontento entre la comunidad, sobre todo porque las autoridades habían garantizado la puesta en marcha en una fecha anterior, lo que hace que la demora actual sea motivo de frustración entre aquellos que anhelan mejoras tangibles en su experiencia de viaje diario.

Ahora, según lo anunciado, junto con el inicio de la implementación en diciembre, se introducirá una medida clave para garantizar la efectividad de los cambios: la incorporación de sistemas de GPS y seguimiento en los autobuses. Esto brindará una supervisión más rigurosa del cumplimiento de los contratos entre las empresas y las autoridades, pues ofrecerá información en tiempo real a los usuarios.

Pero, las expectativas de una transformación positiva se ven empañadas por esta demora, y las voces de los usuarios se hacen eco exigiendo una pronta y efectiva implementación de las mejoras prometidas. Porque, aunque este acuerdo ha despertado esperanzas de mejoras, existe un elemento de incertidumbre que inquieta a la comunidad.

Por ejemplo, las empresas se han comprometido a ciertas obligaciones que, en caso de no cumplirse, llevarían consigo sanciones económicas. No obstante, hasta el momento, los detalles precisos de estas sanciones permanecen en la penumbra, generando inquietudes y dejando a los usuarios en un estado de desconocimiento.

Seguiremos informando.

HABLEMOS DE LA TELE. Mal gusto y groserías

“El Purgatorio” en Canal 13 como “Gran Hermano” en CHV superaron con creces a los matinales y su habitual mediocridad en forma y contenido.

De los espacios nocturnos probablemente más vistos en la televisión chilena de las últimas semanas al menos dos han sido genuinos monumentos al mal gusto, la grosería y la ordinariez. No se trata de ser pacatos, retrógrados ni reprimidos, pero tanto “El Purgatorio” en Canal 13 como “Gran Hermano” en CHV superaron con creces a los matinales y su habitual mediocridad en forma y contenido.

Si bien podía esperarse muy poco de un “enfrentamiento” -por ejemplo- entre Anita Alvarado “La geisha” con la exalcaldesa de Maipú, Katty Barriga, y después de la exmodelo Daniela Campos con la exesposa del futbolista Jorge “Mago” Valdivia, Daniela Aránguiz, en ambos casos los animadores no consiguieron elevar el nivel cultural o intelectual ni dominar la situación, y mucho menos abrir algún “diálogo” edificante y positivo.

Una supuesta corte “celestial” determina el envío de uno de los invitados al cielo o al infierno desde el “purgatorio”, mientras que, en Gran Hermano, una de las participantes favoritas denunció acoso y maltrato de parte de otro de los jugadores, sin que la producción impidiera excesos como su encierro forzado en la ducha, gritos e insultos destemplados entre quienes habían iniciado una tóxica relación durante el encierro.

La ministra de la Mujer y Equidad de Género, Antonia Orellana, ofició prestamente al Consejo Nacional de Televisión al respecto y ofreció -como se debe- asesoría psicológica a la denunciante, aunque la producción aseguró que “todos los realities cuentan con especialistas en salud mental”. Recordar al respecto que en las versiones de Gran Hermano en España y Argentina se produjeron denuncias similares y hasta un caso de violación.

Ambos espacios televisivos en nuestro país muestran las lacras para la convivencia que ha traído la imposición de un modelo socioeconómico y cultural salvaje e inhumano mientras las “invitadas” al supuesto juego del “juicio final” hacen gala de cinismo en el límite de la tolerancia y la objetividad en aras de conseguir metas de competitividad, exhibicionismo y una popularidad efímera malsana (también en Gran Hermano). Será tarea de especialistas determinar si estas conductas son consecuencias de la actual crisis social o de los largos encierros característicos de la pasada pandemia. 

Los animadores Diana Bolocco, Julio César Rodríguez e Ignacio Gutiérrez son claramente superados minuto a minuto en el desarrollo del programa, arrastrando al público expectante en los estudios ante situaciones inmanejables y sin retorno. Asimismo, los procesos de nominación en placa por los jugadores y de la eliminación por parte del público desde sus casas transcurren con poca transparencia en medio de comportamientos dudosos y decisiones manipuladas desde la producción con un mínimo aporte del público presencial y los votantes a través del sistema japonés Quick Response Code, QR, que reemplaza al antiguo código de barras como módulo para almacenar información. Del mismo modo, es posible observar lo que ocurre en la casa en Buenos Aires a través de 90 cámaras que transmiten 24/7 por el sistema streaming Paramount, Pluto TV.

Resulta también curioso que los participantes en el Gran Hermano acuden a Dios, se encomiendan cada día a una divinidad, mientras El Purgatorio es la antesala del juicio o castigo por los pecados en vida de sus participantes. Un retroceso a una fútil engañosa espiritualidad que no deja de llamar la atención. Difícilmente un ser superior estaría preocupado de un grupo de jóvenes encerrados o una pareja que compite por dar explicaciones por sus actos más cuestionables conocidos. También es curioso que un canal que se dice universidad “católica” haga participar en su programación a un par de médiums que, presuntamente, se comunican con personas fallecidas y las “conectan” con participantes en un espacio de entretención. 

Lamentablemente Canal 13 anuncia el inicio de otro reality para enfrentar el rating de CHV y todo parece indicar que se tratará de una competencia más atrevida y audaz, porque hasta ahora los “juegos” para obtener la inmunidad y el liderazgo no pasan de suaves enfrentamientos de destreza, equilibrio y templanza mientras que en el pasado -tipo “Pelotón”- otros espacios similares enfrentaron violentos episodios con exigencias cercanas a la brutalidad que incluyeron accidentes y lesiones entre los participantes. A su vez CHV anuncia una nueva versión de La Granja con “famosos” encerrados para vivir en un ambiente campesino rural y natural.

Todo indica que El Purgatorio no tendrá larga duración y difícilmente veremos otra temporada. La alternativa a este tipo de programas “en vivo y en directo” son apenas algunos espacios de “conversación” y/o las series turcas, lo que hace inevitable la teleaudiencia para los mentados realities. Hemos vuelto a momentos que creíamos superados en la televisión, aunque -como dice el dicho- las segundas partes nunca fueron buenas. Bienvenido el mal gusto y la grosería.  

Fuente: El Siglo

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