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La vigencia del proyecto popular a 50 años del golpe

Esta revolución no desechaba, sino que profundizaba los avances realizados antes por otros gobiernos progresistas. Fue un proceso creciente de reconocimiento de derechos para las personas. La Unidad Popular no es un episodio aislado, sino que es la culminación de un proceso de luchas sociales, políticas y económicas, orientadas a la generación de una máxima democracia y soberanía popular.

 El Gobierno de la Unidad Popular no fue la construcción de una sola persona, ni de un partido ni una alianza de partidos. Allende siempre lo entendió así. Hace 53 años exactos, el 4 de septiembre de 1970, en su discurso de la victoria, junto con reconocer a los integrantes de la coalición, ponía de relieve con fuerza que ese triunfo se debía al hombre anónimo, a la humilde mujer de nuestra tierra, al pueblo de Chile y que era el pueblo quien comenzaba a ser Gobierno. Allí también resumía los desafíos que el pueblo asumía: “Para derrotar definitivamente la explotación imperialista, para terminar con los monopolios, para hacer una seria y profunda reforma agraria, para controlar el comercio de importación y exportación, para nacionalizar, en fin, el crédito, pilares todos que harán factible el progreso de Chile, creando el capital social que impulsará nuestro desarrollo”. En esas breves palabras, Allende condensó el programa del movimiento popular chileno.

Y dos meses después, el 5 de noviembre, en el discurso con que celebró la toma de posesión, enfatizó el profundo origen histórico de este programa. Así, nombró como presentes a los luchadores que, en distintas épocas, bregaron por la independencia nacional y por el progreso social, contra el egoísmo de las clases dominantes. Con ese sentido mencionó a Lautaro y Caupolicán, a O’Higgins y Manuel Rodríguez, a Balmaceda y Recabarren. Todos ellos, aún en sus agudas diferencias, configuraban ese tortuoso camino que daba origen a una propuesta que nacía desde el pueblo y que pertenecía al pueblo y sus organizaciones.

Tampoco olvidó mencionar a las víctimas de la represión: los trabajadores y trabajadoras muertos en la Población José María Caro, Puerto Montt y El Salvador. En realidad, esas eran solo algunas de las matanzas con que la reacción pretendió detener el avance popular. La matanza de la Escuela Santa María, en 1907, no es más que el ejemplo más conocido de lo que se repetiría muchas veces a lo largo del siglo XX: la represión sangrienta para frenar la manifestación de las demandas del pueblo o para tomar venganza contra quienes osaron levantar sus cabezas. Son numerosas las páginas negras en nuestra historia: el mitin de la carne en 1905, San Gregorio en 1921, La Coruña en 1925, Ranquil en 1934, Plaza Bulnes en 1946, Lonquén en 1973 y todo el período de muerte que se impuso con la dictadura, son eventos que el pueblo trabajador debe llevar siempre en su memoria.

Esta continuidad histórica que Allende destaca, que une las luchas de hombres y mujeres separados por siglos de distancia, se relaciona con el hilo conductor de la opresión política en Chile y en todo el Tercer Mundo: la condición de pueblos explotados que solo viven para la prosperidad ajena, situación celebrada por una clase dominante que encuentra en esta vergonzosa posición la oportunidad para satisfacer su codicia, apoyando ayer el colonialismo y hoy la explotación imperialista.

Una experiencia política y social acumulativa que se potenciaba con los logros del movimiento popular

La solución, entonces, era la unidad nacional del pueblo contra los grandes poderes que sumían al país en el subdesarrollo y a sus habitantes en el abuso y en la miseria. Y esa unidad, que no se contentaba en lo retórico, impulsaba al conjunto de cambios a través de cauces institucionales, de modo tal que el pueblo, pacífico por convicción, evitaba la lucha fratricida sin por ello abandonar la reivindicación de sus derechos. En eso consistía esta nueva vía al socialismo, que preservaba los logros de la sociedad capitalista en materia económica y política, pero los profundizaba desde la redistribución y la justicia social, poniéndolos en manos de las grandes mayorías.

Por lo mismo, esta revolución no desechaba, sino que profundizaba los avances realizados antes por otros gobiernos progresistas. La reforma agraria, por ejemplo, se basó en la aplicación y ampliación de la ley aprobada por el gobierno de Frei. Y la nacionalización del cobre se impulsó sobre lo ya hecho durante ese Gobierno, a través de la llamada chilenización. Es decir, una experiencia política y social acumulativa que se potenciaba con los logros del movimiento popular.

Este conjunto de propósitos se reflejó en las acciones del Gobierno Popular. El Gobierno de la UP asumió la herencia de las leyes sociales de principios del siglo XX, de la creación de la CORFO en el gobierno de Pedro Aguirre Cerda, de la ley de sindicalización campesina durante el gobierno de Eduardo Frei. Del mismo modo, se consiguió el ambiente propicio para aprobar por unanimidad la ley de nacionalización del cobre. Se trataba de normas que concitaban el respaldo de un pueblo que veía acrecentados sus derechos. De este modo, se profundizaba una senda en la que trabajadores y trabajadoras lograban hacer realidad sus demandas a través de la legislación. La voluntad popular transformaba la institucionalidad.

Estas normas reflejan un proceso creciente de reconocimiento de derechos para las personas. De manera lenta, en medio de las precariedades propias de un país que no lograba desprenderse de la explotación por las grandes compañías extranjeras, se buscaba la creación de un Estado de bienestar en que todos y todas pudieran desarrollar sus vidas con respeto a su dignidad. La Unidad Popular se sentía llamada a continuar ese proceso. 

Las primeras cuarenta medidas de su programa dan cuenta de esa voluntad: control riguroso de las rentas y patrimonios de los altos funcionarios públicos; matrícula gratuita, libros, cuadernos y útiles escolares sin costo, para todos los niños de la enseñanza básica; desayuno a todos los alumnos de la enseñanza básica y almuerzo a aquellos cuyos padres no se lo pueden proporcionar; medio litro de leche diaria, como ración a todos los niños de Chile; consultorios materno-infantiles en todas las poblaciones; construcción de viviendas y suministro de agua y luz eléctrica; sitios eriazos del Estado dedicados a la construcción de viviendas populares; liberación del pago de contribuciones a la casa habitación hasta un máximo de 80 metros cuadrados;  profundización de la Reforma Agraria; supresión del pago de todos los medicamentos y exámenes en los hospitales; rebaja drástica de los precios de los medicamentos; becas en la enseñanza básica, media y universitaria; organización y fomento del turismo popular; fin a los impuestos que afectan a los artículos de primera necesidad; sanción drástica de los delitos económicos; consultorios judiciales en todas las poblaciones; creación del Instituto Nacional del Arte y la Cultura y escuelas de formación artística en todas las comunas; entre otras.

Estas medidas respondían a las necesidades más apremiantes de los chilenos y chilenas, especialmente de los sectores populares, en esa época. La dictadura desechó muchas de esas medidas y revirtió las que ya se habían comenzado a aplicar. Hoy, al leerlas, parecen aludir a una realidad que aún acucia al pueblo chileno.

Un proyecto histórico transformador de una realidad injusta y desigual

En consecuencia, la Unidad Popular no es un episodio aislado, sino que es la culminación de un proceso de luchas sociales, políticas y económicas, orientadas a la generación de una máxima democracia y soberanía popular. Así se entiende el curso histórico que siguió el país desde la instauración de la Constitución de 1925 hasta su derogación de facto en 1973, periodo plagado de triunfos y retrocesos, pero que, en resumen, profundizó la democracia en nuestro país y abrió un espacio creciente al protagonismo popular. 

El Gobierno Popular fue la expresión de un proyecto histórico transformador de una realidad injusta y desigual, democrático y socialista, nacido de la propia creatividad del pueblo, fundamentado en las luchas sociales y en el apoyo alcanzado a través de las contiendas electorales. Se trataba de un proceso sin referencia anterior en el mundo, de la construcción del socialismo dentro de los marcos culturales de nuestro país, que concebía la democracia no solo como participación en las votaciones sino como un sistema dirigido por las grandes mayorías en favor de sus intereses y los de Chile en su conjunto, que se mantenía dentro de las reglas institucionales para propiciar un camino de cambio democrático e igualitario de esas propias instituciones. El Partido Comunista se enorgullece de haber contribuido a esta propuesta, aportando una experiencia histórica de amplias luchas por la unidad del pueblo, desde su fundación, pasando por el gobierno del Frente Popular y por la alianza forjada con el Frente de Acción Popular, hitos en la larga senda que se corona con la construcción de la Unidad Popular.

Sin embargo, la admiración con que observamos ese proceso, desde sus inicios en los albores de la patria y después en las luchas obreras en la pampa, en los campos y en las fábricas, no puede conducirnos a evitar su análisis crítico. Es indudable que la oligarquía anti nacional, en alianza con el imperialismo, complotaron desde el primer día para desestabilizar al gobierno. El crimen del General Schneider, vano intento de impedir el nombramiento de Allende por el Congreso, es el testimonio más visible de ello. Lamentablemente, no fue el único. La violencia, el acaparamiento, los paros de camioneros generosamente financiados desde el extranjero, fueron la tónica de ese intento sedicioso. Nixon habló de “hacer chillar” la economía de Chile. El golpe es responsabilidad de quienes confabularon para impulsarlo y de quienes lo perpetraron. Pero también en las filas de los partidarios del gobierno se cometieron errores que impidieron al gobierno poner coto al golpismo.

Allende argumenta un optimismo histórico

En el Pleno de 1977 el Partido Comunista elaboró su opinión sobre este asunto. Lo primero fue resaltar la dignidad de Allende como revolucionario y como estadista, así como la enorme cercanía que alcanzó su política con la que impulsó el Partido Comunista, quien apoyó a Allende con una lealtad irrestricta. Dos fueron los errores que apuntó. En primer lugar, hubo sectores que pretendieron ir más allá de lo comprometido en el programa, por ejemplo, forzando la estatización de ciertas empresas no estratégicas. El programa, creado con una clara dirección, pero también con mesura, se basaba en lo que el país estaba en condiciones de asimilar, tanto desde el punto de vista económico como del político. Avanzar sin transar, famosa consigna de la época, ayudó a cavar una distancia insondable con un centro que, en un inicio, parecía dispuesto al diálogo, en especial considerando las amplias similitudes del programa de su abanderado en las elecciones presidenciales, Radomiro Tomic, con el de la Unidad Popular. En verdad, tardamos en comprender el papel transformador que asumía entonces el socialismo comunitario inspirado en el humanismo cristiano, acorde con la visión de futuro que, desde otra tradición, había construido la izquierda chilena, tanto socialistas como comunistas.

Pero también fue errónea la excesiva confianza que el Gobierno mostró por la fortaleza de nuestras instituciones y la prescindencia política y sujeción a la Constitución de las Fuerzas Armadas. La realidad mostró que, pese a la existencia y creciente germen de corriente democrática y constitucionalistas en las Fuerzas Armadas, verlo como una realidad consolidada era una imagen engañosa y que los grandes poderes económicos y el imperialismo buscarían el modo de utilizar a estas últimas para quebrar el sistema democrático cuando vieran amenazadas sus prebendas.

En su discurso del 11 de septiembre de 1973, conocido como sus últimas palabras, Allende fue capaz de entregar orientaciones que siguen hasta hoy desplegando su sabiduría política. En primer lugar, está su llamado a mantener la lucha y a hacerlo con el sentido político que siempre ha mostrado el pueblo de Chile: “El pueblo debe defenderse, pero no sacrificarse. El pueblo no debe dejarse arrasar ni acribillar, pero tampoco puede humillarse”. Esas palabras iluminaron a cientos de miles de personas que, con distintos métodos y desde distintas organizaciones sociales y políticas, combatieron a la dictadura en los tiempos más oscuros y hoy continúan combatiendo a la oligarquía.

En segundo lugar, su llamado a seguir buscando la independencia nacional y el progreso social. Sus palabras fueron “no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos”. Y también “Trabajadores de mi patria…abrirán (no “se abrirán”, como erróneamente suele transcribirse) las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor”. Con ello, Allende argumenta un optimismo histórico no basado en un deseo irracional, sino en el análisis objetivo de la sociedad y en el poder creador del pueblo trabajador en busca de la justicia social.

Los dos errores que el PC analizó en el Pleno de 1977, ya citados, forman parte de diversos desarrollos en el futuro. El error de querer avanzar sin cimentar antes las bases en que se asienta el proceso de cambios ha llevado a poner de relieve la necesidad de alianzas sociales y políticas amplias, capaces de sustentar los cambios, pero sin que ello signifique aceptar políticas anti populares disfrazadas con frases democráticas. Asimismo, lleva a valorizar las libertades democráticas, recordando siempre que ellas solo pueden ser firmes y duraderas si se asocian a derechos efectivos para el pueblo, porque si no, la democracia es una cáscara vacía sin ningún significado real para las amplias mayorías, que terminan por decepcionarse. Es en ese ambiente, desatado por el neoliberalismo insensible ante el sufrimiento del pueblo, donde hoy florece el neo fascismo en el mundo. 

Por último, es también un llamado a considerar el rol de las Fuerzas Armadas en la sociedad, por cuanto deben desarrollarse en el respeto a la Constitución y a la institucionalidad democrática, desterrando la doctrina de seguridad nacional, que las conducía arrogarse un rol político en la determinación de supuestos enemigos internos, mera excusa para ponerse al servicio de los grupos económicos asociados al imperialismo.

La Unidad Popular no fue un hecho aislado, fue la culminación del ascenso de las luchas sociales

La Unidad Popular no fue un hecho aislado, fue la culminación del ascenso de las luchas sociales, fue la expresión de muchas voluntades, fue la consolidación de un sueño colectivo. Así lo entendió Allende y así lo entendemos nosotros. Hoy, cuando los responsables del Golpe de Estado, los depositarios de esa derecha económica y política golpista intentan convencernos que los problemas que ellos mismo causaron desde la oposición, con ayuda de potencias extrajeras, recurriendo a la asfixia económica de la población como recurso para cimentar el camino a la intervención militar, los justifican y exculpan de la barbarie y los crímenes de lesa humanidad que padecieron cientos de miles de compatriotas, instalando un modelo económico que entregó nuestros recursos naturales y servicios estratégicos a las transnacionales, en un contexto de represión sangrienta, se hace más necesario que nunca relevar el proyecto transformador de la Unidad Popular. Los mismos sueños que movilizaron al pueblo a poner a Allende en la Moneda siguen vigentes hoy más que nunca, la desigualdad, la pérdida de soberanía económica, la exclusión de amplios sectores de la población de los beneficios de la riqueza que las y los trabajadores producen y de la gozan unos pocos, la precarización del trabajo y la protección social en materia de pensiones, salud y vivienda, siguen atormentando a nuestro pueblo. 

En resumen, a 50 años del golpe de Estado, las lecciones que nos ha legado una generación heroica de luchadores sociales, capaces de diseñar un camino novedoso y propio para avanzar hacia el socialismo, con plenas libertades y ampliando cada vez más la democracia política y social, con su contenido de derechos para el pueblo en beneficio de todas y de todos, con sus aciertos y sus errores, nos guían en momentos difíciles, por la ruta de la emancipación definitiva de nuestro pueblo y nuestra patria.

Chas Gerretsen en Chile: Exponen históricas fotografías previas y posteriores al golpe

Este 18 de agosto se inaugura en el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos “Rebobinar, reimaginar, reportar”, la primera exposición en Chile que reúne el trabajo del reconocido fotógrafo neerlandés Chas Gerretsen en los meses previos y posteriores al golpe de Estado.

Una vida marcada por la errancia. Ches Gerretsen llegó a Chile en 1973, después de haber fotografiado las guerras de Vietnam y Camboya.

Durante su periodo en Chile capturó lo que ocurría en las calles, las masivas manifestaciones en favor de la Unidad Popular, así como las protestas en contra del gobierno, el bombardeo de La Moneda y las semanas inmediatamente posteriores.

“El trabajo fue una labor de amor en nuestra creencia de que Chile y otras partes del mundo podrían beneficiarse de la historia de su país”, afirmó en entrevista con El Desconcierto sobre el trabajo fotográfico realizado en esa época.

Una parte importante de esas imágenes nunca han sido exhibidas en Chile, y se encuentran resguardadas en el archivo del Nederlands Fotomuseum de Rotterdam (Museo de Fotografía de Holanda).

50 años después, más de 800 de estas fotografías retornan a nuestro país para ser por primera vez expuestas en el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, en el marco de una nueva conmemoración del golpe de Estado.

Para el fotógrafo «es un honor que el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos haya decidido mostrar la parte de Chile de la retrospectiva que estuvo en el Nederlands Fotomuseum. Mi deseo es que estas imágenes pasen a formar parte de la memoria histórica y política de Chile, y que mi libro “Chile. El archivo fotográfico 1973-1974” sirva como recordatorio del pasado y ayude a las futuras generaciones a no cometer los mismos errores.»

Chas Gerretsen

 

“Rebobinar, reimaginar, reportar” toma como punto de inicio la muestra “Starring Chas Gerretsen” (“Protagonizado por Chas Gerretsen”), curada por Iris Sikking, que se llevó a cabo en el Fotomuseum de Rotterdam entre octubre de 2021 y mayo de 2022, que incluyó las diversas facetas de su trabajo.

La muestra en Chile se centra en las fotografías tomadas en nuestro país, y amplía esa selección para incorporar tiras de contacto, además de material de archivo de la colección del Museo de la Memoria y los Derechos Humanos.

Hitos como la huelga de los mineros de El Teniente, las celebraciones de la Unidad Popular, diversas manifestaciones ciudadanas, el Tanquetazo y el bombardeo de La Moneda forman parte del recorrido histórico que propone la muestra.

El fotógrafo también retrató una serie de eventos oficiales de las nuevas autoridades tras el golpe, lo que se suma a retratos de Eduardo Frei Montalva y Salvador Allende, además de los integrantes de la Junta, incluyendo al general Augusto Pinochet.

Chas Gerretsen

“Para el museo es muy importante tener a un testigo directo de los días del golpe, considerando que tras cinco décadas muchos y muchas ya no están. Es muy significativo que Chas Gerretsen cubrió no sólo el horror de lo que ocurría en el espacio público, en las calles, sino que también accedió a espacios más íntimos, fotografiando a integrantes de la Junta Militar que le permitieron retratar espacios domésticos, y ahí logró captar imágenes que contrastan con las violaciones a los derechos humanos que estaban sucediendo bajo sus instrucciones”, comenta la directora ejecutiva del Museo de la Memoria y los DDHHMaría Fernanda García.

La exposición se complementará con una amplia programación de actividades paralelas, que buscan establecer vínculos entre la fotografía y la memoria visual, considerando la perspectiva de género. Estas actividades, que incluirán talleres, y el lanzamiento de un fotolibro, comenzarán con un “Diálogo de la Memoria”, previo a la inauguración de la muestra.

Coordenadas

Rebobinar, reimaginar, reportar” está organizada en colaboración con la embajada de Países Bajos y el Nederlands Fotomuseum de Rotterdam. Se inaugura este 18 de agosto a las 13.30 horas en el tercer piso del Museo de la Memoria y los Derechos Humanos y estará abierta al público de manera completamente gratuita hasta el 29 de octubre.

Esa misma jornada y previo a la inauguración, a las 12.00 horas, Gerretsen participará en un nuevo Diálogo de la Memoria, espacio en el que profundizará en su experiencia en Chile.

Fuente: El Desconcierto

Etapas de avances y retrocesos

La historia del movimiento social se ha caracterizado por vivir etapas de avances y retrocesos. Pero incluso al considerar la estadística, la rueda de la humanidad ha marchado hacia el progreso social.

Hoy vivimos momentos de retrocesos, pequeños o grandes será asunto de la Historia. El retroceso seguramente afectará los estados de ánimo. Los verdaderos progresistas deberán leer este cuadro político y sacar lecciones. Así lo hicieron los obreros chilenos cuando en 1905 masacraron en Iquique a los pampinos que luchaban por sus justas reivindicaciones. También pasó con la matanza de campesinos en Ranquil y San Gregorio, cuyos campesinos pedían la tierra para el que la trabaja, y en las décadas del 60 y parte de 70 se llevó a cabo la REFORMA AGRARIA en nuestra patria. Y así se sacaron las lecciones el 73 cuando se produjo el golpe de estado que a sangre y fuego retrotrajo la historia terminando con el gobierno de la Unidad Popular. La historia nos señala que los partidos progresistas logran avances cuando le entregan direccionalidad al movimiento social.

Esta es la gran tarea que debemos tomar a partir del lunes 8 de mayo. Llevar a la práctica el fortalecimiento y vinculación del movimiento social para otorgarle direccionalidad. La reforma tributaria, la reforma previsional, la industria nacional del litio y todas las reformas sociales tendrán más o menos avances en la medida que el movimiento social sea un verdadero actor en el cuadro político nacional.

Envenenar un Nobel, envenenar un país

Nunca es tarde para procesar estos aspectos de nuestra historia, especialmente en una fecha simbólica. Y debe considerarse como emblema de la crueldad inexcusable la que atentó contra uno de nuestros mayores creadores, el Premio Nobel Pablo Neruda. Nuestro poeta fue calificado por Gabriel García Márquez como el más grande del siglo XX en cualquier idioma. No obstante, para nuestra vergüenza como nación, al término de su vida fue envenenado por orden de quien consideró a un insigne compatriota, militante, pero pacífico y amante de la vida, como un enemigo que debía ser exterminado. Al envenenarlo, envenenó a toda la sociedad. Eso es lo profundamente inaceptable de la tragedia de la violencia sectaria en la historia de Chile, que debemos esforzarnos en dejar atrás para siempre. El momento constituyente actual debiera terminar de consagrar, en homenaje al poeta y a todas las víctimas, el declarado respeto de los derechos humanos como fundamento de la República.

Pablo Neruda tuvo un recorrido singular con su país. Fue primero reconocido como una de sus voces de alcance universal, y apoyado por la democracia como diplomático. Pero luego fue parte de las tragedias del siglo XX en Chile. Ya siendo Senador, fue objeto de persecución y exilio por González Videla al ilegalizar el PC, que había ayudado a elegirlo, incluyendo a Neruda. En 1972 fue recibido de manera multitudinaria al obtener el Premio Nóbel de Literatura, en la huella de la insigne Gabriela Mistral. Pero ahora se confirma que, a los pocos días del golpe de Estado de 1973, fue envenenado, presumiblemente por agentes de la dictadura recién entronizada a sangre y fuego.

¿Por qué buscar asesinar a un hombre enfermo? ¿Para qué destrozar sus lugares, como pude verlo con estupor en la Sebastiana en Valparaíso, compartida por Neruda con Maria Martner y Francisco Velasco? Existe una explicación inmediata. La junta militar pensó que su palabra podía ser devastadora. Había tomado la decisión de viajar a México. Una inyección sospechosa le fue aplicada en una clínica y falleció el 23 de septiembre de 1973. Su chofer, que conoció el hecho, fue encarcelado en el Estadio Nacional.

También hay un contexto global en el que todo esto ocurre: la decisión de Nixon-Kissinger en 1970 (otra habría sido la actitud norteamericana con un presidente demócrata como Carter, que asumió en 1976) de impedir a toda costa que tuviera lugar la experiencia socialista en democracia de Salvador Allende. El argumento, expuesto en las memorias de Kissinger, y que hoy suena especialmente delirante, fue que había que evitar sus efectos posibles en Italia y Francia, que contaban con izquierdas que se podían inspirar en coaliciones como la de Allende y debilitar a la OTAN en plena guerra fría. Había que “hacer chirriar” la economía, en palabras de Nixon, fomentar una insurrección civil contra el gobierno democráticamente constituido y derrocarlo militarmente a la brevedad.

Internamente, la oligarquía tradicional y la derecha política —que tenía en su seno antiguos partidarios de instaurar una dictadura militar en Chile, como el grupo de Jorge Prat, Jarpa y otros— se volcó a pedir a Nixon-Kissinger su intervención para que Allende no llegara siquiera a asumir el gobierno. Agustín Edwards se entrevistó con ambos a días de haber ganado Allende la elección en 1970, con el fin expreso de obtener una intervención clandestina en Chile, pidiéndole a una potencia extranjera que hiciera todo lo posible por impedir que asumiera el gobierno democráticamente electo de su país. La coincidencia de intereses fue inmediata y Nixon ordenó una operación encubierta que terminó en el intento de secuestro y finalmente asesinato del Comandante en Jefe del Ejército, René Schneider. El diseño era evitar que el Congreso ratificara la elección de Allende y nombrara a Alessandri, quien renunciaría y permitiría la reelección de Frei Montalva. La actitud de Frei, de la derecha y de la Democracia Cristiana en esos días frente a este plan tiene zonas grises, pero se sabe a ciencia cierta que mantenían desde los años sesenta vínculos y financiamientos de la CIA. A la postre, buscaron y obtuvieron el derrocamiento violento de Allende en 1973, aliados a la derecha civil, empresarial y militar y a militares cercanos que organizaron el golpe, como Arellano y Bonilla. El financiamiento norteamericano de todo el proceso insurreccional fue revelado por el Senado de Estados Unidos en el Informe Church.

El hecho es que Frei se negó a una salida democrática basada en un plebiscito y rechazó incluso reunirse con Allende, enviando a Aylwin a reuniones infructuosas, ante la petición en ese sentido del Cardenal Silva Henríquez y del General Prats, comandante en jefe del Ejército. El argumento esgrimido para negarse a un acuerdo es que existiría un desborde incontrolado del PS, el MIR y supuestas milicias extranjeras inexistentes, como reconoció mucho más tarde el propio ex presidente Aylwin en sus memorias. El general, Prats se sorprendió con la expresa renuencia del entonces presidente del Senado para buscar una salida negociada a la crisis, con una ausencia de disposición a colaborar que Frei le manifestó en su casa en septiembre de 1970 a Allende en persona, aludiendo que su partido, el socialista, no le dejaría gobernar en los marcos de la democracia.

El hecho es dramático: estaba tomada desde mucho antes la fatal decisión de generar como fuera una crisis que llevara a un golpe militar, con un repliegue inicial y generación de tierra arrasada llamado “estrategia de los mariscales rusos”. La coalición insurreccional ya logró un primer éxito parcialmente en octubre de 1972 —con una paralización del país durante semanas— pero luego prevaleció el calendario electoral democrático. En marzo de 1973, el gobierno obtuvo el 44% de los votos en la elección parlamentaria, a pesar del agobio inflacionario y la escasez de productos en medio del bloqueo norteamericano y de perturbaciones productivas provocadas por el boicot interno, la reforma agraria y la creación de un sector industrial y comercial estatal con alta improvisación y desbordes en su ámbito de aplicación. A esto se sumó una fuerte presión salarial que expandió la demanda y la capacidad de consumo popular más allá de las capacidades productivas y de las divisas disponibles. Al no lograr una mayoría de dos tercios en el parlamento, la coalición golpista se volcó —incluyendo una vergonzosa declaración de ilegitimidad del gobierno por la DC y la derecha en la Cámara de Diputados— al violento desenlace del 11 de septiembre de 1973, precedido de una intentona el 29 de junio.

El plan del presidente Allende era dar curso a un plebiscito sobre las áreas de propiedad que dirimiera la crisis, con una elección presidencial posterior en caso de perderlo (Allende pensaba en el general Prats como candidato, ya como civil, de una coalición amplia, a lo que probablemente no es ajeno su asesinato en el exilio en Buenos Aires en 1974). Pero no encontró eco en la oposición a tiempo y tampoco en el Partido Socialista y otros partidos de gobierno. El PS se encontraba muy distanciado del presidente Allende, con una crítica global a su proyecto político (expresado en una larga carta final que no llegó a ser enviada al presidente). Pero no estaba planeando algún plan insurreccional, más allá de la retórica de algunos grupos, sino a lo más providencias defensivas de muy bajo alcance, como se demostró poco después. Las reuniones de líderes de la izquierda con marineros a petición de ellos fueron para defender el orden constitucional, no para atacarlo, y así sucesivamente. Hay un hecho de perogrullo que los defensores del golpe se niegan a reconocer: nadie tenía tanto interés como la izquierda en mantener viva la democracia, consolidar los cambios sociales y evitar las consecuencias de una confrontación armada. Hay quienes dudan de la existencia de la propuesta de plebiscito del presidente Allende, que dramáticamente estuvo a punto varías veces de ser anunciado en los días previos al golpe, el que además se adelantó por esa razón. Sus detalles y partícipes, que conozco bien pues incluyen a mi propio padre, ministro del presidente Allende, están descritos con precisión por Joan Garcés, asesor directo del presidente.

Pero sigue habiendo algo insuficiente en toda esta explicación. ¿Por qué la oposición se negó a una salida mediante un plebiscito? ¿Por qué bombardear una y otra vez La Moneda con aviones de combate, defendida por unas 30 personas?

Al frente lo que había era una izquierda con unas pocas armas sin mayor parque, llevadas a un cordón industrial en Vicuña Mackenna y una población del sur de Santiago por el PS y sin quienes supieran usarlas, así como al bajo de Valparaíso por las alcantarillas. El MIR, movimiento al que pertenecí en la adolescencia, no disponía sino de muy pocas armas, que además no pudo utilizar el día del golpe por carecer de un plan preciso y de movilidad logística, y solo logro crear pequeños enfrentamientos en Santiago y Valdivia, con unas pocas armas de fuego y granadas hechizas, como las que estuve ensamblando el 11 de septiembre, muchas de las cuales no funcionaron. El PC no usó armas en esa fecha e internó cantidades significativas solo años más tarde. La lucha armada sí se hizo efectiva por parte del MIR y el PC, sin éxito y con grandes sacrificios humanos, pero para actuar legítimamente contra la dictadura, lo que es harina de otro costal.

Se impuso rápidamente por Pinochet la tesis de “metas y no plazos”, aunque Leigh se rehusó a una prolongación indefinida de la dictadura y fue destituido de la junta militar por ello en 1978, cuando el Ejército sometió a la Fuerza Aérea con el concurso de Matthei. Lo que triunfó fue un proyecto de restauración oligárquica que iba mucho más allá que desalojar por la fuerza un gobierno: se trataba de sacar del sistema político a las fuerzas impulsoras de las reformas agrarias, nacionalizaciones del cobre, áreas de propiedad social y participación popular directa en las decisiones. Más aún, se trató de cuestionar la propia idea de un Estado desarrollista, como el que se fue construyendo desde el primer alessandrismo y el Frente Popular. Para conducir esa refundación con apoyo de la cúpula militar, estaba disponible el grupo gremialista ultraconservador y el de los Chicago Boys.

Pero en definitiva hay una dimensión que sigue excediendo todas estas explicaciones. Volvamos a Neruda: ¿Por qué buscar asesinar un premio Nobel? Y agreguemos, a riesgo de quedarnos cortos: ¿Por qué asesinar brutalmente a Víctor Jara, preso e indefenso? ¿Por qué masacrar con corvos e incluso sacarles los ojos a prisioneros ya condenados a penas menores por consejos de guerra? ¿Por qué no solo derrotar sino que buscar exterminar a la izquierda, lo que se organizó de manera sistemática con la Caravana de la Muerte primero y la DINA después, con plenos poderes sobre la vida y la muerte, incluso de altos oficiales como el general Lutz? ¿Por qué las más de tres mil ejecuciones y desapariciones, incluyendo 205 niñas, niños y adolescentes, las horrorosas torturas, los abusos sexuales, las crueles desapariciones de cuerpos lanzados al mar o desenterrados para una segunda desaparición? ¿Por qué llegar en 1980 al degollamiento del sindicalista Tucapel Jiménez y el propio envenenamiento del ex presidente Freí Montalva, como ha confirmado la justicia, personas que habían apoyado el golpe?

Está en primer lugar la crueldad y paranoia del dictador. Pero debemos asumir que en la sociedad chilena afloró la violencia histórica de las clases dominantes, más allá de todo el cuestionable diseño del proyecto que encarnaba el gremialismo y los economistas de Chicago, por tortuoso e inaceptable que fuera. Muchos dirán que cada sociedad tiene su historial de violencias, e incluso mucho mayor que el de la sociedad chilena. La diferencia es que aquí se busca negarla o, peor aún, justificarla hasta el día de hoy, intentando responsabilizar los errores de las víctimas de los horrores de sus victimarios, en una distorsión moral inaceptable.

Hay, en efecto, en nuestra historia, una violencia recóndita y oscura que probablemente viene desde tan atrás como la colonización española, que marcó en todos los ámbitos la lenta conformación de la nación chilena, incluyendo la crueldad de sus procedimientos. El despojo de tierras y los intentos de esclavización como mano de obra gratuita o sujeta a un impuesto colonial, suscitaron la sacrificada y exitosa resistencia mapuche, al precio de muchas víctimas. Pero también de la muerte en batalla de dos gobernadores españoles (Pedro de Valdivia en 1553 y Martín Oñez de Loyola en 1598), hecho inédito en América Latina. Esta lucha se encaminó, también de manera muy inusual, hacia un acuerdo con la corona española, pues sucesivos “parlamentos” mantuvieron una paz estable digna de imitarse en la actualidad, solo rota por la oligarquía criolla a fines del siglo XIX al reiniciarse los despojos de tierras.

La violencia histórica incluye hechos como el asesinato por la espalda del patriota Manuel Rodríguez, el primer desaparecido, y el fusilamiento de los hermanos Carrera. La orden vino de O’Higgins, que vengó mediante el crimen ofensas y rivalidades. Las violencias siguieron con la guerra civil de 1829-1830 y la sangrienta victoria conservadora sobre los liberales, luego con el asesinato de Portales en 1837 en una rebelión contra la declaración de guerra a Perú y Bolivia, las guerras civiles de 1851 y 1859 contra el conservador Montt, y la de 1891 contra Balmaceda, en la que estuvo en juego el uso de los excedentes del salitre. La contienda terminó con los cuerpos de los comandantes del Ejército lacerados y amarrados a la parte frontal de una locomotora por la Marina vencedora, exponiéndolos cruelmente al entrar a Valparaíso, como consigna el Coronel Varela en sus memorias. Y con el suicidio del presidente Balmaceda para evitar que siguiera la masacre de sus seguidores. Su entierro fue clandestino, envuelto en un saco y llevado al cementerio de madrugada en una carreta, para evitar laceraciones a su cuerpo. Y luego, en el siglo XX, se produjeron las masacres de obreros de 1905 en Valparaíso, de 1906 en Antofagasta, de 1907 en la escuela Santa María de Iquique, de 1912 en Forrahue contra una comunidad Huilliche, de 1920 en Punta Arenas, de 1921 en la oficina salitrera de San Gregorio, de 1925 en las oficinas de Marusia y de La Coruña, de 1934 en Ranquil contra campesinos, de 1938 en pleno centro de Santiago contra jóvenes pro nazis ya rendidos por orden personal de Arturo Alessandri, de 1946 en la Plaza Bulnes, de 1962 en la población José María Caro, de 1966 en el mineral de El Salvador, de 1969 en Puerto Montt, lo que desemboca en las violencias de 1973-1989.

En la perspectiva de esta secuencia, se puede concluir que el país vivió entre 1994 y 2019, una vez controladas las asonadas pinochetistas, una época relativamente pacífica y con la menor intervención militar en la historia de la República, de lo que las nuevas generaciones, tan prestas a la descalificación del pasado reciente, debieran tomar nota. La rebelión popular multiforme de 2019, originada en la resistencia de la vieja y nueva oligarquía a disminuir las desigualdades y abusos, fue, en cambio, enfrentada con una represión mórbida, la que apuntó a los ojos de los manifestantes pacíficos y no pacíficos, en una actitud otra vez criminal (ahí están las numerosas víctimas, mientras puedo señalar que en una ocasión en Plaza Italia-Dignidad una bomba lacrimógena disparada verticalmente por un oficial pasó a centímetros de mi cabeza).

Se ha avanzado en conocer la verdad de la represión dictatorial (comisiones Rettig y Valech) y en someter a la justicia y condenar a múltiples responsables de crímenes, incluyendo los más recientes. Pero no se ha procesado como sociedad la violencia ancestral y la contemporánea. Peor aún, algunos todavía intentan justificarla, incluyendo el golpe de hace 50 años.

Nunca es tarde para procesar estos aspectos de nuestra historia, especialmente en una fecha simbólica. Y debe considerarse como emblema de la crueldad inexcusable la que atentó contra uno de nuestros mayores creadores, el Premio Nobel Pablo Neruda. Nuestro poeta fue calificado por Gabriel García Márquez como el más grande del siglo XX en cualquier idioma. No obstante, para nuestra vergüenza como nación, al término de su vida fue envenenado por orden de quien consideró a un insigne compatriota, militante, pero pacífico y amante de la vida, como un enemigo que debía ser exterminado. Al envenenarlo, envenenó a toda la sociedad. Eso es lo profundamente inaceptable de la tragedia de la violencia sectaria en la historia de Chile, que debemos esforzarnos en dejar atrás para siempre. El momento constituyente actual debiera terminar de consagrar, en homenaje al poeta y a todas las víctimas, el declarado respeto de los derechos humanos como fundamento de la República.

Fuente: El Mostrador

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