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El tiempo del tiempo sin tiempo

Destacado El tiempo del tiempo sin tiempo
“Vivimos sobre nuestras raíces,
no sobre nuestras ramas”
-Refranero popular

Helicópteros de hojas desprendidas en la intención de atrapar sueños, crearlos y alcanzarlos. El niño agita la rama y la rama lo llueve de milagros, que lo rodean y son tantos que no llega a entregar la mirada a ninguno en particular, a todos, y los circulitos que van haciendo en el aire dejan como una estela de luces que le entibian el pecho, el niño se sonríe y conoce la alegría.

Las hojitas se detienen a medio camino entre su madre árbol y el suelo, suspendidas comienzan a danzar en torno a esa figura que les remeció la rama y aceleró su natural desprendimiento de vástagos alados, se contornean y danzan danzan, parece que la figura respira y nos atrae hacia sí, dicen, sienten, nos atrae con sus movimientos marítimos un dos tres y luego suelta una ráfaga de viento por sus fauces y nos precipita, a nosotras hojas del árbol porque una vez árbol siempre árbol, la parte es el todo y el todo sin la parte trastabilla.

El niño se durmió hipnotizado por las circunferencias coreografiadas sin llegar a saber cuáles serían los trazos definitivos de ese dibujo en el aire, de los pinceles hojitas de luz, un mandala. Las hojas cesan, han creado una amapola, perfecta en cada pétalo y pistilo, flota sobre el niño imaginada en el éter por los helicópteros. Comienza a girar. Comienza a girar sobre sí y cada vez más fuerte, más intensamente. Pronto es un tornado amapola formado sin previo aviso. Los pájaros parapetados observan con sobresalto desde la seguridad se sus hogares sin piso –los nidos son sólo posadas- La fuerza centrípeta comienza a atraer al niño que duerme y le hace levitar como pluma, que duerme como gota de rocío antes de despertar al día, abrir los ojos, evaporarse en aire puro y celeste, el niño no sabe. Intuye.

Los párpados, telón del inconsciente, ceden lugar a un fulgor incandescente que inunda cada cuenca como el fuego una habitación oscura. Sus cabellos se vuelven rojos, amatista, escarlata, tornasol, como rubíes, ágatas en su sonrisa. Las manos raíces, las venas, los troncos y las ramas, sus alas un colchón y un nimbo, tan grande como Saturno mismo o quizás, anillo que gira y se refracta y se refleja en la Galáctea. Las estrellas se detienen a ver. Dios está en.

Su corazón amalgamado con la figura de la flor estalla y se funde con todas las cosas limpias/ enviando esporas dádivas/ dádivas de amor allá/ en el árbol solitario del monte y en la quebrada/ con su rumor de aguas subterráneas. /En la miradas de los ciervos y en los senderos de hierba chafada/ En la constancia del viento y del agua en la roca horadada/ En la cantera/ en los caminos y en los equinos abandonados al pastoreo arriero/ los humedales y las riberas/ los viejos en las esquinas fumando a más no poder sus ganas/ las ganas de un día haber sido/ En la veredas/ Las zarzamoras/ sus frutos pisoteados con desdén son una alfombra/ un paso para endulzar los pasos/ el paso de los años/ Un restaurante viejo y desocupado/ el nadir de las peores cosas es como un cenit/ un rebote infinito/ una posibilidad/ una Esperanza/ de que sin tardanza/ vendrán los caballeros andantes sin ánimo de conquista/ engañando a sus acompañantes hasta que éstos comprendan por sí mismos que / Más vale saber que haber/ saber con el corazón/ Que mancha/ Que empaña y elucida/ que salpica todo y todos miran/ El abogado con sus leyes/ El médico y su estetoscopio/ los Marinos/ los albatros/ manchada la barba blanca de/ Walt Whitman que a todos éstos describía y cantaba./ Tiznada la frente de Huidobro/amplia como sus ojos/ junto a Rosamel exilado/ Sentados en sus sillas mecedoras al borde del alba austral./ Y míralo a aquel/ a él también dádivas/ a los zancos apresurados de ese transeúnte que tropiezan con el desnivel de la campiña y lo desconcentran de su idea/de su preocupación y maldice/ la piedra/ Todas las piedras del mundo piedras piedras/ los visitantes silentes/ observando ansiosos tras la muralla/ tras el picaporte/ el parapeto y el puente/ Una chica se quiere lanzar/ no te lances/ ya no nos queda agua/ arbustos secos sí/ también lugares sagrados/ donde un día se amaron tus abuelos/ y los abuelos de tus abuelos/ Mirando este mismo horizonte lejano y anaranjado en donde ahora

El niño está estrellando,

el mismo que agitó las ramas, soltó las hojas, rió y danzó con ellas que

aplaudieron y vitorearon, que se durmió y se fundió con la amapola y explotó,

tan tiernamente explotó que una semilla, La semilla nació y se refugio al alero del árbol,

velador de sus sueños,

Esperó una temporada entera y luego rompió, rompió en brote y ahora en el mundo Hay una flor que es reina,

Tan púrpura en su centro eterno e indimensionado que las hojas, las hojitas, al verla tan hermosa y tan abajo, no pueden sino cada otoño caer, danzar y celebrarla con eso bailes que sólo ellas conocieron en el origen de las canciones, milenarias saltimbanquis de la tradición que inició el niño.

La esencia diseminada en los caminos tiene el color del oro. Siempre miran hacia el Oeste, porque allá es donde mora su reina. Déjalas guiarte, noble peregrino, sin botas ni mochilas, camina sólo hacia la flor.

Modificado por última vez enJueves, 29 Junio 2023 12:30

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