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UNA PARA LA NOSTALGIA, Una lectura de Ocho urracas, de Juan Pablo Rodríguez.

Ocho Urracas Editorial Aparte Ocho Urracas

"Las urracas, en tanto apariciones, extrañan y obsesionan al poeta, no como la serpiente de Lawrence que es sinónimo de opresión y culpa, sino como liberación. Como forma de ver otros tiempos y espacios posibles".

Ocho urracas, tercer poemario de J.P. Rodríguez, merodea en torno a la ronda infantil “One for Sorrow”. Según la superstición inglesa, tendrás buena o mala suerte de acuerdo a cuántas urracas veas. El hablante de este poemario ocupa diversos lugares discursivos, entre ellos, el del vidente o brujo que mira las hojas de té para saber el porvenir. Las urracas (también conocidas como Pica Pica, Picaza, Picaraza, Marica y Pega, según Wikipedia) son aves inteligentes que se maravillan con el brillo de las cosas. Tienen fama de ladronas, pero también de tener cierta conexión con otros planos, casi como gatos negros, de la realidad. Es quizá por esto que el poeta decide ser compañero de viaje de estas aves, ser parte de sus vuelos, pero como observador o interlocutor de sus conversaciones, porque a diferencia de ellas: “El hablante se echa a volar/sin éxito”. La tríada ave, vidente, poeta, es parte de la tradición poética (cuervo, albatros, Altazor), pero también implica una ruptura porque acá el canto no es fluido, ni hay transmutación con el hablante. La contemplación se vuelve diálogo metaliterario. Las aves parecen saber dónde cortar, cómo escribir. El poeta toma apuntes, toma prestado ese fraseo, el canto incesante que parece risa para “generar imágenes/ que contravengan el paisaje”. El tono reflexivo es interrumpido por las urracas en el patio del vecino, aves que “pueblan los oídos / de los que caminamos cabizbajos”. El tono irónico y el espíritu agridulce larkiano (quizá por la estancia y paisajes británicos de la muestra), se ven acompañados de un fraseo al estilo de Jack Spicer en Un libro de música o como Noticias del mundo de Phillipe Levine, ambos poetas que aparecen en el conjunto, nombrados junto a Anne Carson, Elvira Hernández, entre otros.

Las urracas, en tanto apariciones, extrañan y obsesionan al poeta, no como la serpiente de Lawrence que es sinónimo de opresión y culpa, sino como liberación. Como forma de ver otros tiempos y espacios posibles. La aparición de sus dos ojos oscuros y urgentes son espéculos que avizoran, desentrañan y proyectan las preocupaciones del hablante de aquellos territorios a los que no puede acceder de forma directa. Es la mediación, de las aves, de una pantalla, de las noticias, lo que lleva al poeta a inventar un mundo del cual hablar y revisar con un lenguaje muchas veces analítico, sombríamente racional, pero también con cierta ironía y hasta apego por dicho mundo: “no tengo claro para qué barajo un mazo de afectos”. Imagino al poeta sobre el tendido eléctrico como en los cartoons de Heckle y Jeckle, urracas de pico amarillo, conversando con postura nihilista sobre democracia, el espíritu de la sociedad y el quehacer de la poesía en momentos álgidos de la historia. Cada capítulo del libro es una forma distinta de abordar el mundo de las urracas, impulsado por las posiblidades de la ronda infantil, el poemario tiene momentos dialógicos, de atención reconcentrada, testimonial, con total seguridad de las trampas y fantasías de la mente y del lenguaje. Porque en este poemario todo habla o canta. Todo es presencia y comunica cuando la pretensión y consejo del poeta es hablar sin herir ni domesticar. Echar el vuelo así sin más, cuantas veces sea necesario.

Modificado por última vez enMiércoles, 24 Marzo 2021 23:33

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