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Raúl Zurita y la nueva Constitución: “Si no miramos el futuro con amor, no entendemos nada”

Raùl Zurita, premio nacional de literatuta El Desconcierto Raùl Zurita, premio nacional de literatuta

En tiempos de definiciones, Raúl Zurita no duda. Asegura que el Apruebo es un acto de amor hacia las futuras generaciones y que la propuesta, con sus errores y turbulencias, encarna todas las sensibilidades que representan al pueblo de Chile: «Yo me siento profundamente representado, pese a todas las mentiras construidas que han sido feroces”.

“La perversión de la palabra”, así llama el poeta Raúl Zurita, premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 2020, a las campañas del terror que han proliferado de cara al plebiscito de salida sobre la propuesta de nueva Constitución. Dice que es una cosa muy “fregada” porque se pierden los significados y la mentira empieza a ganar terreno.

Si esto sucede, asegura, no existe posibilidad de debate. Y recuerda, como si fuera un cruel déjà vu, que la campaña de Frei y Allende también estuvo marcada por los infundios. Aunque advierte, con la convicción de quien ha vivido varios ciclos políticos, que este tipo de campañas siempre terminan revirtiéndose en contra de los mismos difamadores.

-Por eso ha dicho que aprobar la nueva Constitución es un acto de amor.

Sí, es un acto de amor por el futuro, por los jóvenes, por los niños y niñas. Por todos aquellos seres que nos sucederán. Uno piensa en los hijos, los nietos y nietas. Esta Constitución es para ellos. Es una especie de pasada de mano. Si no miramos el futuro con amor, no entendemos nada. A veces he dicho que el amor es la última barrera que uno le opone a la muerte. Por eso digo que es una Constitución de amor, con todos sus errores y turbulencias, fue el pueblo de Chile el que estaba ahí representado.

-¿Es la Constitución, en rigor, un gran poema colectivo?

Sí, lo es porque en su construcción intervinieron todas las sensibilidades, todas las posiciones, todas las clases. De allí surge un texto armonioso y bello, construido por todos. Yo me siento profundamente representado, a pesar de todas las mentiras construidas que han sido feroces. Recuerdo la campaña del terror en la elección de 1964 contra Allende, pero no se dan cuenta que de repente esas campañas se revierten contra ellos mismos. Eso, finalmente, es la perversión del lenguaje, porque al mentir las palabras empiezan a significar otras cosas. Ellos saben que están mintiendo, ellos saben que nadie va a meter a cinco familias de venezolanos en tu casa. Para mí es incluso más claro el fascista extremo, pero no este conglomerado medio resbaloso y amarillento. Tampoco quiero que sea interpretado como un ataque personal, pero siempre en la historia han aparecido personajes como los «amarillos por Chile» y su trasfondo de arribismo, además ese nombre “Amarillos por Chile”, tiene algo profundamente ridículo.

-¿Qué es lo que encarnan, en el fondo, estos personajes?

Encarnan los temores, los pequeños privilegios, la aspiración arribista, aunque la clase que verdaderamente detenta el poder nunca los aceptará como parte de los suyos. Estoy seguro que saben que la Constitución es una gran posibilidad, pero lo que los hace más turbios es que es un juego de poder de muy baja catadura. Entonces ahora, de repente, aparecen los iluminados. Siempre en la historia emergen estos personajes cuya ambición es tan grande como su insignificancia.

-Quizá están mostrando su verdadero rostro.

Yo creo que sí. Entiendo que hayan cambios, por supuesto, que alguien cambie de partido, pero el Plebiscito es un rasgo donde te reconoces con tu pueblo y, si no te reconoces con él, te perdiste para siempre.

-¿Lo decepcionó Lagos?

Sí, pero es algo antiguo, cuando a poco de asumir su gobierno se reunió con los empresarios en Icare y no le dio ninguna audiencia a la CUT. Yo lo había visto como un nuevo Allende y fue una equivocación mía, pero no recibir a la CUT me marcó y lo dije en una entrevista cuando él estaba con una aprobación de más del 70 por ciento. Lo de Lagos ha sido muy triste, que un tipo de su potencia y envergadura se haya convertido en nada, ni chicha ni limoná, como dice la canción de Víctor Jara. Es tan simple como eso.

-¿Qué es para usted un Estado solidario?

Un Estado solidario es donde uno sea digno de mirar y de ser mirado por otro. Si tú eres capaz de abrazar a otro y ese otro es capaz de abrazarte a ti, ambos son solidarios en su emoción, en sus diferencias, en sus cuerpos, en sus dolores. Siempre he imaginado que la única cosa que cuenta es poder abrazar a otro.

-¿Crees que faltaba reconocernos en cierto dolor colectivo?

Sí, por supuesto. Pero cómo no va a ser doloroso ver de repente un punto verde, en medio del desierto, y saber que el agua que se acaparó es de un tipo que exporta paltas. Las castas, en definitiva, son las que desnaturalizan la realidad. Ni siquiera se trata de un concepto religioso, como puede ser el hinduismo, sino que son castas porque están construidas en función del poder del dinero. En una sociedad de castas la única equivalencia es que un dólar solo es igual a un dólar, por lo que si tienes 100 dólares, vales 100 veces más que uno que solo tiene uno. Por eso prefiero infinitamente la igualdad de la dignidad y no la desigualdad del dinero.

-¿Qué piensa de la propiedad privada?

Es un derecho humano, pero me cuesta mucho entender esa avidez de ir acaparando todo.

-¿Cómo ha visto el proceso de discusión sobre el reconocimiento de los pueblos originarios, los debates que hubo al respecto?

El menosprecio hacia el indio, en esta sociedad de castas, ha sido feroz. Me da vergüenza repetir incluso las cosas que se dicen. Los patéticos llamados a los militares sin considerar, por ejemplo, el caso mexicano donde se militarizó la guerra contra los narcos. Es tan impresionante lo que la República de Chile, no los españoles, le hizo al pueblo mapuche, a los que se les despojó de sus territorios, se demonizó su cultura y su lengua.

-¿Por qué crees que emerge ese Chile tan reaccionario, duro y clasista?

Es producto fundamentalmente de la imposición de la tiranía del capital y de su expresión más totalizadora, extrema y enloquecida como lo es el neoliberalismo, donde el clasismo es más extremo que el de antaño, más cruel, duro y directo. Antes estaba el cristianismo y todo ese embeleco de la caridad. Es cierto que las condiciones de pobreza eran mayores. Ya no hay niños sin zapatos, esos “Piececitos de niño, azulosos de frío”, como decía Gabriela Mistral, pero esta impudicia de la riqueza en la actualidad es repugnante.

-Los plebiscitos son por lo general eventos polarizantes, ¿cómo ha visto el proceso de debate de ideas, si es que podemos llamarlo así?

Es la conocida actitud que tomó la dictadura: mentir, mentir, mentir, entonces te niegas al debate porque debatir es siempre enfrentarte con la esperanza. Ahora, mira, cómo explicar que cuando se hizo la editorial Quimantú, un producto de la Unidad Popular que se repartía en los quioscos, y estaba lleno de libros como habló Matamala en su gran artículo. Y después se dice que la gente no entiende lo que lee. ¡Pero, por favor, qué arrogancia!

-¿Hay una mirada oligárquica en todo eso?

Hay una revancha. Yo creo que lo que están haciendo es una campaña contra el estallido social. Una campaña por volver a una sociedad que se quería domesticada, a un país aplastado por la inequidad. A veces pienso si realmente lo saben. Si realmente se darán cuenta de lo que están haciendo. Incluso, a veces, llego a dudar.

-¿La banalidad del mal?

Puede ser la famosa banalidad del mal de la Arendt, sí.

-¿Cree que con esta nueva Constitución se dejará definitivamente atrás a Pinochet o todavía es un germen latente en el país?

Creo que es un germen que todavía está presente. Por eso la lucha contra el fascismo tiene que ser en todos los ámbitos: político, ideológico, cultural, histórico, pero nunca hacerle a un fascista lo que ese fascista no dudaría en hacerte a ti. Creo que eso sintetiza todo. Una lucha total en todos los frentes, pero nunca hacerles lo que ellos no dudaron en hacernos a nosotros.

-¿Qué es lo que más lo ha entusiasmado de la lectura de la Nueva Constitución? ¿Alguna frase, palabra o idea?

Me gusta el principio, entiendo que hay partes más áridas, más técnicas, que se pudieron haber explicado mejor. Es verdad, es como la canción de Milanés que citó la Michelle Bachelet: “No será perfecta, más se acerca a lo que simplemente soñé”.

-¿Con qué Chile sueña usted?

Sueño un Chile solidario, cuya dignidad no dependa del dinero.

-¿Cuáles son las nuevas luchas que vislumbra en el horizonte?

Siempre quienes han detentado el poder se niegan a entregarlo, eso es real. Entonces las nuevas luchas serán contra esa violencia, hasta que un día entendamos que es infinitamente mejor vivir en un país más pobre pero más igualitario que en un país más rico pero injusto.

-¿Le gusta un Presidente que lea poesía?

Me gusta, es una nueva actitud. Refleja un frescor, un interés por la cultura y eso me gusta mucho, por supuesto. Además es un ser sensible, que tiene lo que los sicólogos llaman “habilidades blandas” y una empatía que nace de un sentimiento real. También es alguien valiente, como lo demostró esa vez cuando estaba sentado en un banco en el Parque Forestal y le tiraban latas de cerveza, y aguantó todo sin moverse. Creo que en ese momento, al no moverse y salir arrancando como lo hubiera hecho cualquiera: sin aún saberlo, se decidió que sería él el Presidente de Chile.

-¿Cómo ha visto el vínculo que ha tratado de establecer con el allendismo?

Me parece bien, porque creo que es un vínculo profundo. El sueño de Allende era un socialismo con empanada y vino tinto, una vía democrática al socialismo. Yo creo que ellos están profundamente relacionados, más incluso de lo que Boric alcanza a entender. La actitud hacia el pueblo y el amor a él está en ambos.

-¿Qué poema debería estar en la memoria de todo mandatario?

El Canto General de Neruda. El comienzo de Alturas de Macchu Picchu. “Del aire al aire, como una red vacía, iba yo entre las calles y la atmósfera, llegando y despidiendo, en el advenimiento del otoño la moneda extendida de las hojas, y entre la primavera y las espigas, lo que el más grande amor, como dentro de un guante que cae, nos entrega como una larga luna”. Es un poema que surge de las entrañas de la tierra, lo sintetiza todo.

Muerte sin esperanza

Como aquellos poetas acostumbrados a ver debajo del agua, Raúl Zurita asegura que la revuelta social no lo pilló de sorpresa. Estaba seguro que tarde o temprano algo explotaría. Y sucedió justo en un momento particular en su vida: lo estaban operando del corazón. “Mientras se estaba incendiando todo, yo estaba en la Unidad de Cuidados Intensivos de la Católica”, dice.

Allí, encerrado en su pieza aún convaleciente, comenzó a asimilar todo lo que estaba pasando a una cuadra de distancia. “Para mí el estallido tiene un significado especial. Fue muy impresionante estar viendo todo lo que estaba pasando y también sentir la impotencia de no poder participar”.

-¿Pensó en algún momento que no alcanzaría a ver ese futuro que avizoraba por la ventana?

Creo que uno llega a una edad en que todo es tarde, pero hay un momento en que la muerte se integra a ti. Es un descubrimiento tan personal. En el caso mío me di cuenta, de repente, que algo había hecho un click: la muerte dejó de ser una cosa retórica y se convirtió en un hecho íntimo que estaba ahí. Entonces cuando uno ve este mundo a punto de reventarse, cambia la perspectiva. Creo que estas pequeñas luchas que estamos librando, están sucediendo también en otras partes y, al final, son más o menos las mismas.

-¿Qué cosas desnudó el estallido social?

Desnudó cosas tan obvias, como la infinita desigualdad y el menosprecio con que una casta de privilegiados miraba a los otros. Un clasismo profundo, de una justicia para pobres y otra para ricos, que castiga a los que se coluden con clases de ética. Todas esas cosas estaban al desnudo. El estallido fue la agrupación de todas esas conciencias individuales que se juntan.

-Usted habló de responsabilidad de la Concertación, dijo que fue soberbia, que se olvidó del pueblo y se aburguesó. ¿Cómo se enfrentan esos pecados del poder?

Creo que se enfrentan con un poco de lucidez, tenemos vidas muy breves, somos apenas un pestañeo en el firmamento. No sé si algún día seremos dignos del universo que estamos habitando. A lo mejor viene una ola de 400 metros y nos barre a todos. Entonces tengo la sensación, así lo demuestra la historia, que a pesar de toda una sucesión de guerras y cosas espantosas, los más desesperados no se matan. ¿Y por qué no se matan? Porque siempre para ellos, a pesar de todo, hay un nuevo día. Si no logramos ser conscientes de esos mínimos detalles que nos construyen como humanidad, no hay futuro.

-¿Se imaginó en algún momento vivir encerrado, salir a la calle con mascarilla y con pase de movilidad?

Eso fue más inesperado que el estallido. Yo lo soporté muy bien con mi mujer en esta casa. Pero es inseparable de un cierto sentimiento de culpa, pensé mucho en los otros, pensé en esos guetos verticales que se construyeron, cómo sería vivir ahí, con tres niños, escuchando a todos los vecinos, o en esa escuelita de Chiloé donde no llega ninguna señal, y que el gran problema que tiene es ponerle un vidrio en la ventana para que no se mueran de frío.

-Es inevitable pensar también en nuestros privilegios.

Por supuesto, soy un privilegiado. También pensé en la intensidad de la comunicación que estableces con otros seres humanos, cosas tan bellas que sucedieron o que uno veía en televisión, como esos italianos que salieron a sus balcones cantando Bella Ciao. Y, por otro lado, el terror a un tipo de muerte que nadie conocía. Una muerte sin ilusiones, sin darle la mano a nadie, que nos permite entender el mundo que estamos viviendo. Una muerte que también nos puso a prueba, porque todos los que estamos vivos, en cierto sentido, somos sobrevivientes.

-¿Lo atrapó alguna sensibilidad en el confinamiento?

La idea de la muerte sin ilusiones me atravesó, una muerte sin esperanza. Luis Sepúlveda se murió en tres semanas en Portugal. He visto seres que han escrito los poemas más dulces en las condiciones personales más desesperadas y otros que aparentemente están muy bien y hablan en sus obras solo de la muerte. Cada situación es común y al mismo tiempo tan particular. Sin embargo, hay que persistir en el sueño como si fuésemos una raza de criminales condenados a construir el paraíso. Hay que seguir, seguir y seguir.

-El proceso de enclaustramiento modificó las relaciones con los otros, tanto sociales como laborales, ¿qué piensa de eso?

Eso va a tener mucha repercusión, no todas malas, pero creo que va a llegar un momento en que la gente va a correr kilómetros solo para tocarle el dedo a otro.

-Me recuerda a Crónicas Marcianas.

Exactamente, viajar miles y miles de kilómetros para sólo mirarle los ojos a alguien.

– Es una tristeza esperanzadora, pero tristeza al fin y al cabo.

Son las dos cosas, la tristeza y la esperanza. Los seres humanos pueden vivir 72 horas sin tomar agua, pero no duran ni cinco minutos sin tener un sueño. Si todos dejan de escribir poesía, se muere la humanidad. Por eso siempre está la imagen de un mañana. Estamos embarcados en una nave especial que no nos necesita, aunque para nosotros es el único lugar que tenemos y estamos desesperadamente atados a ella. Es todo tan absurdo, tan demencial. Somos un soplo, un mínimo pestañeo, y estamos amenazándonos con los misiles. Todas esas cosas son de una idiotez tan profunda.

-Si el mundo se acabara esta noche, ¿qué haría antes de irse a dormir?

Abrazar a la Paulina.

Fuente: El Desconcierto

 

Modificado por última vez enMartes, 16 Agosto 2022 13:11

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